Las acciones reverberan. Hacer algo, lo que sea, no solo produce ese algo que se hace sino también una modificación en la identidad de quien lo hace: ahora soy también el que hizo eso. Además de esa variación en la identidad -las más de las veces sutil, casi imperceptible-, también se produce un cambio de posición: nos hemos movido en alguna dirección, poco o mucho, pero ya no estamos en el mismo lugar que antes de haber hecho eso que hicimos. Componer, escribir, delatar, viajar y mentir, cambian en algo o en mucho a quien las performa, y también dejan a esa persona en otro sitio. Algunos ejemplos servirán para transmitir mejor esta idea:
Imaginemos a una persona, hace miles de años, clavando una astilla de madera dura o de hueso en un asta. Golpeando la misma con una piedra, intentando que las imperfecciones de ésta no dañaran ni desviasen la dirección de la pieza que pretendía insertar. Imaginemos que en algún momento se le presenta otra persona con un martillo en la mano (obviemos la anacronía, por favor), y que el primero percibe casi instantáneamente la superioridad de esa nueva herramienta. Al comenzar a usarla, entiende táctil y cinéticamente el beneficio de una superficie compacta y lisa de metal golpeando sobre los objetos, y la ventaja del equilibrio y la potenciación del golpe al asir el martillo por el mango. Consideremos ahora la siguiente situación: este artesano, encantado con su nueva herramienta, al asomarse por una ventana ve a un montón de personas en el exterior persiguiéndose unas a otras con martillos; ve también que cuando alguna alcanza a otra, le descarga un golpe valiéndose del mismo.
Los problemas que podemos tipificar como culturales, son situaciones de muy difícil solución debido a que toda cultura es un sistema, y los problemas sistémicos son mucho más complejos que los problemas tópicos.
Desde hace un montón de años creo que el desarrollo de la identidad personal (en particular de la identidad personal socializada o mediada), representa una gran esperanza para quienes creemos que es muy necesario un rediseño en el equilibrio o la distribución del poder. Este primer párrafo es un poquito denso, por lo que mejor disecciono sus dos principales ideas. Con identidad personal socializada o mediada, me refiero a la producción o codificación de la identidad personal para que esta, representándote, sea capaz de establecer vínculos de diferentes tipos utilizando medios sociales.
Hace un tiempo pensaba que la inteligencia fluida cobraba cada vez más importancia sobre la inteligencia cristalizada. Recordemos que la fluida es la forma de inteligencia más demandada cuando la situación ante la que nos encontramos (la resolución de un problema, por ejemplo), es una situación sin precedentes en nuestra experiencia. Tenemos que resolver algo que no hemos visto nunca antes, algo de lo que no conocemos antecedentes.
Antes que nada, una breve aclaración: lo que viene a continuación nada tiene que ver con La avispa con peluca, el pasaje de A través del espejo y lo que Alicia encontró allí que Lewis Carroll suprimió de la primera versión (la de 1871) del libro. La actitud de la abeja peluda, toma como imagen el acto polinizador de las abejas para definir una forma de actuar de gran valor social: inspirar, excitar, inducir y estimular a los demás a hacer cosas cuando nosotros estamos haciéndolas, sin que ese sea nuestro propósito primario al hacerlas.
Históricamente se ha entendido como bello aquello que obedecía a un patrón general, a un estereotipo, que no es otra cosa que una serie de instrucciones, que un modelo abstracto. De esta manera, en varias teorías de las proporciones, bello significaba “acorde con el estándar de belleza”.
La muerte de una persona puede llevar minutos, horas, días, meses o años (como perfectamente puede llevar toda una vida), pero sucede en un sólo instante. En ese instante es cuando precisamente muere y deja de ser para pasar a “haber sido”.
Cada vez que tuve la oportunidad de referirme a la formación que recibí en la Universidad de Buenos Aires, más precisamente en comunicación y diseño, fue de manera positiva.
La próxima revolución deberá ser barata. Deberá ser instantánea. Deberá ser identitaria y deberá poder distribuirse a la velocidad de un retweet. Deberá ser todo esto o no será.
Es un total contrasentido pretender una constante creatividad: si la creatividad se torna algo continuo y uniforme -como lo debe ser la constancia para serlo-, dejaría de ser creatividad. Pero tan cierto como esto, lo es el hecho de la absoluta necesidad de alcanzar una presencia menos esporádica de creatividad.
Todo pensamiento describe y representa un desplazamiento. Parte de un estadio inicial y sigue un desarrollo. Todo pensamiento es movimiento y todo movimiento intencionado tuvo en un pensamiento su plano. El pensamiento surge de algún nivel de insatisfacción de la expectativa. A satisfacción plena, no hay pensamiento. El pensamiento nace de la percepción de la otredad, de saberse otro, de saberse algo distinto aún dentro de uno. Por este motivo no es posible pensar desde fuera de la identidad: si no soy es imposible que piense.
Sé que esto que voy a decir no es algo nuevo: no sólo es algo sobre lo que muchos se han expresado antes, sino que es algo sobre lo que de una u otra forma ya había escrito aquí mismo (Escenas absulaes en la vida de un comunicador y Nulo aprecio por las ideas). Esta reiteración está motivada por la incredulidad que me despierta el desdén efectivo hacia el pensamiento estratégico: me resulta difícil de creer que exista tanta gente desconfiada o hasta contraria al hecho de pensar antes de ponerse a hacer.
Ahora mismo todo el mundo está sorprendido y estupefacto (más algunos que otros, claro), por la flamante victoria de Donald Trump en las elecciones norteamericanas de ayer. Apenas unos meses atrás, lo mismo sucedió en el Reino Unido en relación al Brexit. Y un poco más atrás, aunque no demasiado, también se han dado un montón de situaciones de sorpresa ante los resultados de diversas elecciones y consultas populares (sorpresa por la opinión de los votantes en relación a procesos independentistas, frente al crecimiento de posturas extremas de variado signo, frente a la aparición de fenómenos sociales que resultaban más grandes, más graves, más veloces de lo que creíamos, etc.)
Mucho se ha dicho sobre la diferencia de aprendizaje que resulta de las diferentes formas en que nos llega un contenido (si sólo lo leemos, si nos lo cuentan, si lo vemos, etc). Es bastante conocido el esquema incremental que dice que sólo aprendemos el 10% de un contenido que leemos, el 20% de aquel que oímos, el 30% del que vemos -interpretando con esto la presencia de lenguaje gráfico de cualquier tipo-, el 50% de lo que vemos y oímos al mismo tiempo, el 70% de lo que discutimos con otros -donde argumentamos, debatimos, preguntamos, reaccionamos-, el 80% de aquello que llevamos a la práctica -escribiendo, interpretando, organizando, identificando- y el 95% de lo que enseñamos a otros -involucrando explicaciones, resúmenes, estructuraciones, ilustraciones-.
Es bastante posible que en el curso de su vida deba interactuar, tratar o lidiar con otras personas (asumiendo, ahora que lo pienso, que usted es una de ellas). Si se dedica al vasto -a veces basto- y maravilloso mundo de la comunicación, más que bastante posible, esta situación será sumamente probable.
En torno del estudio de la consciencia se dice que hay dos problemas: el sencillo y el complejo. El problema sencillo consiste en plantear todos y cada uno de los procesos mentales: cómo guardamos los recuerdos, cómo los recuperamos, cómo establecemos conexiones entre diferentes ideas, cómo pensamos, cómo imaginamos y un enorme etcétera. Ni bien comenzar vemos que el problema sencillo tiene de todo, menos sencillez. Pero aún peor es lo que involucra el problema complejo; su resolución demanda responder esta pregunta: ¿qué hace que seamos conscientes de ser? O dicho de otra manera: ¿por qué nos sabemos alguien, nos consideramos una identidad singular, nos llamamos “yo”? Este es el problema complejo.
Siento ahora mismo 3 necesidades: 1. aclarar que esto no tiene nada que ver con aquellos magníficos primeros 7 días del Universo, ni con Dios ni con su polémica obra (a propósito: ¿por qué se escribe Dios con mayúscula?, ¿es su nombre propio además de su oficio?) 2. pedir disculpas por volver a decir -lo verán en apenas un par de líneas más- que la realidad es ilegible, y 3. seguir escribiendo sobre este tema; lo que pasa es que estoy metido en un proyecto que involucra la emulación de contextos, y estas movidas tienen mucho que ver. Dicho lo dicho, comienzo formalmente este pequeño artículo.
Simplificando animalescamente -y la verdad es que no sé si los animales simplifican-, hay dos formas de saber cosas: recibiendo ese conocimiento de alguien que ya lo tenga, o generándolo uno mismo. Al final terminamos sabiendo algo por alguno de estos caminos, pero veremos que ni de lejos son parecidos.
Hay algo que, casi con toda seguridad, podemos decir: todos somos diferentes. Y esto se sostiene simplemente, considerando la cantidad de resultados distintos que se obtienen de la variada disposición de los elementos que conforman una personalidad. No es que sean miles de millones de ingredientes los que intervienen en la receta, son muchísimos menos, hasta diríamos relativamente pocos. Lo que ocurre es que la fórmula final de una persona se obtiene de la permutación de esos pocos elementos, y es eso lo que multiplica asombrosamente las posibilidades de obtener personas distintas.

Había una vez tres personas que vivían cerca de un pequeño bosque, y un poco más lejos de otro. El bosque pequeño y cercano, por sus condiciones de escasa luz y humedad, tenía árboles que producían frutos de mala calidad. El bosque más lejano y de acceso más dificultoso, ofrecía mejores frutos y de mayor variedad.
Habitualmente se confunden los conceptos de estructura y de rigidez. De hecho muchas veces se dice que alguien es “estructurado” cuando en realidad es sólo rígido, conservador o temeroso.
De más está aclarar que no estoy autorizado a tener teorías sociológicas. Como de más está decir que para tener teorías, del tipo que sean, no hace falta estar autorizado. Gracias a esta segunda cosa que está de más aclarar, aquí va una teoría de porqué las encuestadoras fallan tanto últimamente en sus números.

Lo cierto es que cada uno nace donde nace: es completamente imposible que el sujeto próximo a nacer elija dónde hacerlo. Es una situación en todo similar a la de “ser hijo de tal madre y tal padre”, “ser sobrino de tal tío” y tener tal o cual lengua como nativa. Nada de todo esto es posible elegirlo; toca lo que toca. Y tomamos conciencia de estos obsequios cuando ya llevamos añares conviviendo con ellos.
Se da en un lugar que podría ser cualquiera, la reunión de tres hombres arquetípicos: el hombre que a todo le teme, el hombre que nada cree y el hombre que se ríe de todos. El hombre que a todo le teme trabaja todo el día, se reconoce como ciudadano y tiende a no cuestionar la realidad establecida. Jamás piensa en el cambio. El hombre que nada cree logra abstraerse de la miseria desafiándola, desequilibrando el suelo, descreyendo de los sistemas del mundo. El cambio lo estimula. El hombre que se ríe de todos es un hombre cómodo, alguien que conserva su ventaja, que siente la superioridad en relación al resto. El cambio le resulta aborrecible.
Imaginemos un espejo que atrasase, que no fuera capaz de reflejarnos en tiempo real, como si su streaming se cortara cada tantos segundos. Giro la cara hacia un lado, pero aún veo mi cara de frente, la imagen se actualiza y gira un toque después. Demandando menos esfuerzo, imaginemos ahora un espejo enorme: digamos de 10 metros de alto por unos 15 de ancho. Pensemos que además está a unos 5 metros de altura, inclinado hacia abajo, y que existe una serie de objetos (lo que sea, sillones, barandas, escalones) que no nos permiten acercarnos a menos de 10 metros de él.
Un sistema es un grupo de elementos relacionados por un funcionamiento.
Es siempre un conjunto de varios componentes (que son antes signos que cosas), y que como todo colectivo percibido, llega a poseer una entidad.
Al funcionamiento, lo podríamos definir como una conversación entre partes cuyo ritmo se desarrolla en el tiempo.
Otra forma de entender al sistema, es pensarlo como el storytelling de un grupo de piezas.
Es algo sabido, y realmente no aporto mucho al decirlo: hay ideas que encajan, ideas que no, ideas que se quedan cortas e ideas que se hacen a medida.
Estos no son por supuesto todos los tipos de ideas que se pueden construir; sólo algunas categorías que las tipifican en relación al contexto en el que se pretende hacerlas vivir.
Y están también las ideas que no caben, que vendrían a ser primas de las que no encajan, pero que no tienen vocación de patito feo o de oveja negra como éstas, sino más bien de presidentes de otra nación, de regentes de un espacio diferente.
Ante estas ideas, uno debe ser consciente de que lo que le espera no es sólo exponerla de forma clara, sino embaldosar primero el suelo donde piensa apoyarla, porque de no hacerlo, ésta correrá el riesgo de hundirse.
La idea que no cabe, es hija de la imaginación y no de la creatividad, y no puede ser juzgada -porque no puede ser pensada- desde la cabeza que representa la pequeña habitación incapaz de darle domicilio.
Las cosas que hacía Hendrix con su guitarra, el tamaño del éxito de los Beatles, la estructura en red y el primer símbolo de una cosa, fueron cada uno en su momento, ideas que no cupieron…
El avance* no está en el canon, tanto como el subir la escalera no está en los escalones ni en el pasamanos. El avance está en la imaginación de la noción de “arriba”, en el talento y el coraje de subir.
El techo no es la creatividad más extrema; ese es el piso. El techo es la imaginación más aberrante…
Qué es. Hace muchos años ya en el ámbito de los medios sociales -muchos en serio, algo de nueve o diez, lo que equivale a decir casi veinte en el entorno digital-, no se hablaba siquiera de perfiles profesionales en relación a los social media. Quienes más sabían del tema eran los heavy users; aquellos usuarios que se metían en todo, que se registraban en cuanta plataforma aparecía, que creaban un perfil detrás de otro, probando las dinámicas sociales que se iban desarrollando y conociendo.
Saquémonos algo rápidamente de encima, así podemos ponernos a hablar en serio: diseñador no es aquel que maneja -sea con el nivel de destreza que sea- Photoshop, Illustrator, InDesign o cualquier otra herramienta.
Para quien sólo hace eso, existe un nombre específico: “mac-monkey“.
Sobretodo las dos primeras operaciones descriptas gráficamente aquí arriba, forman parte de la realidad de los creativos. Si consideramos a una idea como a una conexión entre cosas, cuanto más distantes y ajenas esas cosas, más sorprendente y novedosa resultará su conexión.
Cuando frente a una cierta cantidad de espuma, rompemos algunas de sus burbujas (si son muy grandes a veces basta con destruir sólo una), es común comprobar el colapso del grupo.
A la rotura de una burbuja le sigue habitualmente la destrucción de muchas más, y la estructura total se cae, reduciendo notablemente su presencia.
El diseño es una modificación proyectada de la realidad, para que esta funcione de cierta manera.
Entonces, viene alguien con cara de insatisfacción frente a esta definición, y pregunta: “¿El David de Miguel Ángel es diseño?, porque es la modificación proyectada de una roca, y ésta comienza a funcionar de cierta manera”.
En cierta forma, la cultura se asemeja a una carrera de postas donde generaciones previas entregan todos sus logros a aquellas que las suceden.
Esto lo hacen vía la permanente repetición y circulación de lo objetos culturales: se ven, se escuchan y se aprenden una y otra vez los mismos contenidos en millones de piezas teatrales, del cine, televisivas, literarias, gráficas, plásticas, musicales, interactivas, sociales.
Antes de ayer hubo una serie de manifestaciones populares en varias ciudades de Argentina.
Como sucede siempre cada vez que la ciudadanía total o parcialmente se expresa, comienzan a aparecer las interpretaciones del mensaje colectivo.
Se escuchan cosas como “el mensaje de las urnas dice” o “lo que el pueblo quiere es”, dependiendo de la oportunidad de que se trate, y es siempre importante dar con una buena lectura: comprender ese mensaje es útil para todos, ya que de hacerlo sabremos “cómo está la cosa”, y más particularmente para aquellos con aspiraciones representativas, ya que de hacerlo podrá canalizarlo o al menos construir su estrategia en relación con la realidad.
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