Contemporáneos del martillo

contemporáneos del martillo, por ernesto alegre

Imaginemos a una persona, hace miles de años, clavando una astilla de madera dura o de hueso en un asta.
Golpeando la misma con una piedra, intentando que las imperfecciones de ésta no dañaran ni desviasen la dirección de la pieza que pretendía insertar.
Imaginemos que en algún momento se le presenta otra persona con un martillo en la mano (obviemos la anacronía, por favor), y que el primero percibe casi instantáneamente la superioridad de esa nueva herramienta.
Al comenzar a usarla, entiende táctil y cinéticamente el beneficio de una superficie compacta y lisa de metal golpeando sobre los objetos, y la ventaja del equilibrio y la potenciación del golpe al asir el martillo por el mango.
Consideremos ahora la siguiente situación: este artesano, encantado con su nueva herramienta, al asomarse por una ventana ve a un montón de personas en el exterior persiguiéndose unas a otras con martillos; ve también que cuando alguna alcanza a otra, le descarga un golpe valiéndose del mismo.
Lo que probablemente sentiría mientras observara, comprendiendo el uso primario de esa herramienta, es una combinación de sorpresa, pena y alarma: sorpresa por el impensado uso alternativo, pena por la sub-utilización del martillo, y alarma por la versión siniestra del poder que otorga el utensilio.

Yo, que siempre he sido y sigo siendo un optimista no solo de los medios sociales, sino de la revolución identitaria que los sustenta, debo reconocer que muchas veces me siento como el artesano de la ventana.
Ver que tenemos la posibilidad de establecer vínculos con personas sin contigüidad geográfica, construir relaciones con cotidianidad basadas en infinidad de elementos, ver que podemos producir identidad personal socializada y muchos más tipos de identidades, ver que podemos conversar no solo con actores sino con actantes, ver que nos es posible percibir como nunca entidades de escala social, y comprobar también la existencia de cámaras de eco, de una creciente endogamia, de pertenencias-burbuja, de agresividad impostada, de selfies que son solo selfies, me provoca sorpresa, pena y alarma.
Me sorprende que no usemos más esta escalera para subir y mirar desde una mejor posición, me apena que estemos usando la piedra de Roseta como pisapapeles, y me alarma que en lugar de construir código con quienes no conocíamos, nos pasemos repitiendo lo que ya sabíamos con quienes ya lo sabían.
No estoy diciendo que estemos usando los medios sociales nada más que para idioteces, ni siquiera creo que aquello que se señala como idiotez desde algunos sectores realmente lo sea (como por ejemplo las selfies, las coreografías en TikTok, la profusión de mascotas humanizadas), pero por alguna razón siento que emerge algún “efecto colateral” indeseable de esta revolución identitaria y de algunas de sus consecuencias.
Me sorprende lo que dicen varios educadores adultos, en relación a los “nativos digitales” durante el confinamiento: que cuando invitaban a estos últimos a utilizar los medios con otros fines que los habituales, (por ejemplo plataformas de comunicación que se usan todo el tiempo para hablar y verse, que sirvieran para enviar ahora tareas y documentos), los chicos necesitaban asistencia de los adultos porque “nunca lo habían hecho”.
También he leído que al pedir el profesor un trabajo redactado sobre algún asunto, recibía unas cuantas entregas no solo idénticas, sino copiadas de los primeros resultados de Google al haber buscado esa temática.
Es decir, que el hecho de estar todo el tiempo con herramientas digitales, no solo no desarrolla la destreza en su uso, sino que tampoco habla de la comprensión del poder que otorgan: si vas a copiarte, al menos que no sea de la fuente más obvia e inmediatamente localizable por el profesor.
En relación a esto, también me desanima la desviación de la identidad hacia el narcisismo: que todo lo que pueda generar la producción de identidad personal socializada sea un selfie, sí que es como usar el lienzo del Guernica para tapar un coche y salvarlo del polvo.
Me preocupa que se termine imponiendo la idea de “yo porque YO” o “yo para figurar”, en lugar de una revolucionaria “yo porque SOY” o “yo para diversificar”.
Ahora tenemos las herramientas…

Volviendo a la idea del martillo, deseo, como el artesano que miraba por la ventana, que desarrollemos la maestría en clavar clavos antes de que estemos todos con la cabeza rota…

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