El radar de la democracia
Ahora mismo todo el mundo está sorprendido y estupefacto (más algunos que otros, claro), por la flamante victoria de Donald Trump en las elecciones norteamericanas de ayer.
Apenas unos meses atrás, lo mismo sucedió en el Reino Unido en relación al Brexit.
Y un poco más atrás, aunque no demasiado, también se han dado un montón de situaciones de sorpresa ante los resultados de diversas elecciones y consultas populares (sorpresa por la opinión de los votantes en relación a procesos independentistas, frente al crecimiento de posturas extremas de variado signo, frente a la aparición de fenómenos sociales que resultaban más grandes, más graves, más veloces de lo que creíamos, etc.)
Lo que sucede siempre en estos casos, y es esta la causa misma de la sorpresa, es que vamos construyendo un modelo simbólico del estado y composición de la sociedad, que a la hora de la verdad es contradecido.
Venimos pensando cosas como “eso no puede suceder”, “lo otro sería algo sin precedentes”, “la gente no se va a atrever”, “tal cosa es un delirio”, y finalmente, de la noche a la mañana, esa “improbabilidad” se torna una cosa establecida; la imagen de la cosa y la cosa verdadera no se parecen en nada.
Aquí vale cuestionarse esencialmente lo siguiente: ¿Cómo llegamos a pensar que eso que terminó pasando era imposible?, ¿Mediante qué instrumentos creamos esa idea que teníamos de la realidad, y que finalmente resultó ser pura ficción?
Y personalmente me respondo: el error fue inducido por la medialidad.
Es el conjunto de medios que nos muestran cómo es la realidad, los que evidentemente están fallando en su labor: crean una imagen, un modelo, pero en absoluto es icónico de la cosa que pretende retratar.
La detección del “clima social” falla, las encuestas fallan, la reconstrucción de la realidad en los medios, sencillamente falla porque no muestra lo que de verdad hay del otro lado.
Simplificando brutalmente, se me ocurren dos grandes tipos de radar, es decir de artefactos que nos muestren lo que no podemos percibir de forma directa: los estatales y los privados.
Vuelvo a señalar que esta simplificación es muy grosera: no sólo porque dejaría en un limbo a la academia, por ejemplo, sino porque dentro de estos dos grandes grupos hay diferencias enormes de enfoque.
El radar estatal construye su modelo social en torno del ciudadano, y si bien puede ir desde un esquema muy inclusivo hasta uno muy excluyente, lo cierto es que de una forma u otra le resulta difícil ignorar a grandes cantidades de personas.
El radar privado en cambio, crea su modelo social en torno del consumidor específico a su interés, y dejar afuera a muchísimas personas, incluso hasta una mayoría, es algo habitual: quienes no sean su target, sencillamente no existen.
La medialidad está estructurada sobre la base de una masiva mayoría de agentes privados, y de ahí creo que la imagen de realidad que termina construyendo (el agente más obvio es el medio de información), es siempre parcial.
Una votación democrática -en particular cuando el voto es obligatorio, aunque se ve también en el resto de casos-, muestra un rostro social con muchísima más resolución del que puede hacerlo una encuesta, o el informe del clima social de un diario o un canal de televisión.
Cuando nos guiamos por estos radares -intencionadamente o no- parciales, terminamos sintiendo la misma decepción que cuando un mal retratista nos muestra su obra; pensamos: ese que está ahí no se parece en nada al de verdad…
Post a comment