3 arquetipos jugando al juego de las sillas
Se da en un lugar que podría ser cualquiera, la reunión de tres hombres arquetípicos: el hombre que a todo le teme, el hombre que nada cree y el hombre que se ríe de todos.
El hombre que a todo le teme trabaja todo el día, se reconoce como ciudadano y tiende a no cuestionar la realidad establecida. Jamás piensa en el cambio.
El hombre que nada cree logra abstraerse de la miseria desafiándola, desequilibrando el suelo, descreyendo de los sistemas del mundo. El cambio lo estimula.
El hombre que se ríe de todos es un hombre cómodo, alguien que conserva su ventaja, que siente la superioridad en relación al resto. El cambio le resulta aborrecible.
Cierto día, el hombre que a todo le teme, luego de empujar una roca heredada y muy pesada, haciéndola rodar durante años, al notar que alguien se acerca, se oculta detrás de la piedra, con miedo.
Quien se acercó fue el hombre que nada cree. Al verlo escondido, incrédulo, le pregunta al hombre que a todo le teme qué hace allí.
Desde lo alto, el hombre que se ríe de todos, observa esta situación normal, y como es normal, se ríe de todos.
El hombre que nada cree le dice al hombre que a todo le teme que ese trabajo es inútil, que no gana nada empujando esa roca y que ocupa todo su tiempo en esa tarea absurda.
El hombre que a todo le teme, no cree lo que el otro le dice (¿cómo pudo él y su padre haber estado haciendo algo estúpido toda su vida?), provocando la risa del hombre que nada cree: ante todo se ríe de la transformación del hombre que a todo le teme, y luego de verse a sí mismo frente a un par por primera vez; el hombre que nada cree tampoco creía que esto pudiera suceder.
El hombre que se ríe de todos, al comprobar que algo cambia, comienza a sentir algo de miedo. Al ver esto, el hombre que nada cree, ríe aún más fuertemente, ríe más, se ríe de todos.
El hombre que a todo le teme puede creer aún menos lo que ve, y gracias a estas alteraciones, el hombre que se ríe de todos, a todo le teme.
Llegados a este punto, el hombre que ahora se ríe de todos -que era el hombre que nada creía-, comienza a temer el haber vivido equivocado: cree que se está produciendo un gran cambio en la situación de la que no creía que pudiera cambiar. Todo cambió y a todo le teme.
El hombre que pasó a ser quien nada cree, comienza a reír al experimentar el alivio de ver cuán relativo es el peso que arrastró tanto tiempo: al tampoco creer en el valor de su esfuerzo, éste comenzó a perder sentido, liberándose de continuarlo. Todos cambiaron, de todos se ríe.
El hombre que dejó de reírse de todos por el temor de ver desdibujada su identidad, comienza a no creer que semejante cosa esté pasando: no cree que todo esto pueda ser permanente (tiene pruebas de que no lo ha sido hasta hace un instante): al cambiar todo, todo resulta increíble y pasa entonces a creer nada…
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