Mi primera reflexión sobre el diseño, o dicho com más precisión, sobre la forma y la estructura, tuvo lugar en el gran jardín de mi casa en Buenos Aires. El largo muro que separaba a éste de la casa de uno de los vecinos, estaba cubierto por una ficus pumila, que es una enredadera muy común cuyas hojas más grandes muestran unas nervaduras muy claramente diferenciadas del limbo, sobretodo en el envés.
Cada vez que tuve la oportunidad de referirme a la formación que recibí en la Universidad de Buenos Aires, más precisamente en comunicación y diseño, fue de manera positiva.
Está clarísimo que no se puede comparar a un nogal o a un ciervo con un tumor o una verruga. Los primeros pueden presumir de diseño, mientras que los segundos no saben ni cómo se escribe esa palabra.
Qué es. Hace muchos años ya en el ámbito de los medios sociales -muchos en serio, algo de nueve o diez, lo que equivale a decir casi veinte en el entorno digital-, no se hablaba siquiera de perfiles profesionales en relación a los social media. Quienes más sabían del tema eran los heavy users; aquellos usuarios que se metían en todo, que se registraban en cuanta plataforma aparecía, que creaban un perfil detrás de otro, probando las dinámicas sociales que se iban desarrollando y conociendo.
Saquémonos algo rápidamente de encima, así podemos ponernos a hablar en serio: diseñador no es aquel que maneja -sea con el nivel de destreza que sea- Photoshop, Illustrator, InDesign o cualquier otra herramienta.
Para quien sólo hace eso, existe un nombre específico: “mac-monkey“.
El diseño es una modificación proyectada de la realidad, para que esta funcione de cierta manera.
Entonces, viene alguien con cara de insatisfacción frente a esta definición, y pregunta: “¿El David de Miguel Ángel es diseño?, porque es la modificación proyectada de una roca, y ésta comienza a funcionar de cierta manera”.
Hace mucho, mucho tiempo, yo estudié Diseño en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires.
En su momento mantuve una relación de amor-odio que signó mi paso por la facultad como alumno. Amor porque en mi opinión la UBA ofrecía la mejor y más sólida oferta educativa para esta disciplina -opinión que se ha visto reforzada con el paso de los años- y odio porque algunas cátedras y algunos docentes que conocí no tenían -desde mi intransigente visión de aquel entonces- el nivel suficiente para estar en esas posiciones que ocupaban (recuerdo haber preguntado en el segundo año de Morfología de qué forma podía medir la distorsión de nuestra visión -eso que hace que veamos que las vías del tren se unen en la lejanía cuando en realidad no sucede- para poder jugar con esa variable, y no obtener respuesta de cinco docentes, incluida la jefa de cátedra).
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