El aporte de los ultras

el aporte de los ultras - ernesto alegre

La verdad es que no me resultan válidos, la enorme mayoría de las veces, los argumentos radicales.
Y tampoco me resulta válido considerar que no sirven de nada.
Siendo un poco menos general, diría que en una disciplina sí que es genial la radicalidad: en la ideación con fines de creación (ya sea innovación, creatividad o imaginación) allí sí que desafiar el límite es necesario. También diría que las posturas de extremo son particularmente inimplementables cuando se trata de situaciones sociales.
Pero aún así, en este último caso, están lejos de ser inútiles.

 

Es fácil intuir que todo lo multitudinario tiende al promedio. Todo lo social, por ejemplo, lo hace.
Siempre me gustó el concepto de inteligencia social, aquel que se ejemplifica a menudo con las ferias de variedades del siglo XIX.
En dichos eventos, tanto en Europa como en Estados Unidos, se solía vender participaciones a un juego que consistía en adivinar, en estimar algún dato desconocido, como por ejemplo el peso de algún animal de granja.
Cada participante compraba su derecho a apreciar el peso de, por ejemplo un cerdo, y aquel cuya suposición más se acercaba al peso real del animal, se lo llevaba de premio.
Alguien, que había estado en muchas de estas ferias, hizo un cálculo muy curioso: sacó el promedio de todas las estimaciones de todos los jugadores, y casi siempre dicho promedio se acercaba más al peso real que aquel que había dicho el ganador de turno.
Explicó que de alguna forma el grupo se autoregulaba: si un cerdo pesaba 120 kilos y quien primero ofertaba una valoración decía 150, el segundo tendía a equilibrar esa percepción diciendo algo así como 110.
El tercero subía un poco, el cuarto bajaba, hasta que entre todos, vía esa compensación social, se obtenía un promedio más próximo al valor real que la mejor de las estimaciones individuales.
Este mecanismo se da en casi todos los órdenes sociales, aún en situaciones excepcionales de desborde.

 

En política, una disciplina de escala social, los partidos o movimientos de extrema derecha o extrema izquierda, a menudo proponen ideas o expresan pensamientos muy alejados del centro, donde se halla la gran mayoría de la sociedad.
Desde ese centro, dichas propuestas son interpretadas como extremas, ultras, radicales.
Casi nunca tienen completo éxito -si es que llegan acaso a tener alguno-, ya sea porque se terminan imponiendo filtradas, parcializadas o acotadas en el tiempo: el poder del promedio las achata, las “mediocriza”.
Pero aún siendo lo suficientemente extravagantes como para no prosperar más allá del pequeño núcleo que las ha generado, estos aportes siempre reportan su utilidad a la sociedad entera.
Estas ideas estresan, contrastan, interpelan a ese centro promediado, que a veces siente que debe expresarse en contra y argumentar por qué.
Y ahí está el verdadero valor y aporte de los ultras: obligan a expresar a quien no se hubiera expresado, y con esta expresión podemos comprobar el real estado de las cosas.
Si un partido de extrema derecha propone expulsar a todos los inmigrantes o a encerrar a un colectivo determinado, por más salvaje que nos parezca esto, sirve para que el resto de la sociedad, eso que sin pensar demasiado llamaríamos “la gente normal”, salga a señalar la obviedad que esos inmigrantes o quienes pertenezcan a ese colectivo, son también personas y que también tienen derechos. Como si sucediera todo lo contrario: que ese centro “normal”, estándar, mediano y promediado no dijera demasiado, no se escandalizara mucho.
Ambas posturas, como cualquier otra que se diera, nos ayudaría a saber “con qué contamos”, qué tiene en la cabeza nuestro vecino que no suele hablar demasiado.

 

Los ultras, muchas veces sin querer, con cualquier otra agenda más que la de motivar un experimento social, sí que resultan una herramienta útil: si metaforizáramos a la sociedad con un erizo de mar, mientras el grueso de la población está en el cuerpo esférico, los ultras del tipo que sean se hallan lo más lejos posible, aislados en las puntas de las púas, y desde allí salen a pinchar, a estresar, a ayudarnos a comprobar que aquello que pinchan está vivo y reacciona. O no.

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