la escultura social (o lo difícil de hablar de Maradona)

Maradona

Es imposible ya no ser justo, sino remotamente verosímil, hablar de Maradona y no hacerlo hablando del cúmulo, hablando de una gran multitud de cosas al mismo tiempo.
Cuando pensamos en las esculturas sociales, esas creaciones colectivas como los líderes, los héroes, los ídolos, las costumbres o las lenguas, es preciso hacerlo desde una mente con forma de abrazo, antes que desde una con forma de aguja.
Estas cosas no se pueden tratar desde el análisis sino practicando la síntesis.
Sucede con Maradona como sucede con todas las máscaras gigantes que portan esos pocos elegidos; donde “elegido” en absoluto significa “privilegiado”.
Pero por momento histórico, por su identidad original, por contexto cultural y por tantos factores más, esta enormidad y co-autoría masiva de la máscara se da más con Maradona que con otros héroes.
Cuando pienso en él, sobretodo ahora que vivimos la onda expansiva de su muerte, me viene la imagen de una persona, diminuta como lo somos todas las personas, pero sosteniendo un muñeco a una escala superlativa encima de su cuerpo.
Una segunda cara inmensa, dibujada a partir de la suya pero con un pantógrafo de proporciones sociales.
Como un modelo gigantesco en plastilina, donde cada persona haya aportado apenas una bolita y la haya aplastado en el sitio donde mejor le pareció.
Me pregunto siempre: ¿qué grado de verosimilitud, cuán parecida es esa escultura grandísima a la persona que tiene que sostenerla?
Y con menos dudas me digo: “qué terrible tener que hacerlo, qué tremendo que lo que todos demandan y termina siendo lo que creen que sos y quieren de vos, te tiranice, te aplaste, te ahogue…”
¿Tiene tiempo el héroe de ser una persona? ¿Se lo permitimos?

 

Me resulta tan estúpido hablar de Maradona en términos de “el mejor futbolista del mundo”, como hacerlo señalando “al ángel caído y sus vicios”, o “el rebelde que enfrentó a los poderes”, o “el pibe que cumplió el sueño del pibe”.
Menos estúpido me resulta decir que expresó, que reflejó (ratificando o contradiciendo), casi todo lo que lo rodeó, como un objeto facetado hecho de espejo en medio de una multitud. Si viéramos ese volumen espejado, ¿de qué diríamos que está hecho? ¿Sería demasiado poético decir que está hecho de todo lo que lo rodea?
Maradona canalizó y sintetizó la satisfacción de casi todos quienes lo conocieron, aunque más no sea gracias a páginas y pantallas. Dio satisfacción al amante del fútbol, al simpatizante del ritmo, a quienes se asombran con lo asombroso, a los frustrados que anhelan prenderle fuego a la puerta que se les cierra, a los privilegiados que necesitan seguir vinculando a los “negros de la villa” con todo lo diferente a ellos (es decir, todo lo malo), al europeo que es super grasa pero que es “europeo”, a los que estarán siempre perdidos buscando algo que no saben que es, y a quienes lo encontraron cuando no lo buscaban.
El Maradona gigante (ni idea del Maradona persona si es que ese ya no había desaparecido hace mil años), fue un diamante de espejo en el centro de la plaza: ¿quién que haya pasado por allí no se vio reflejado aunque sea en parte?

 

(fotografía de @robertojpg via Twenty20)

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