conversaciones y diálogos
En sentido estricto, los términos “conversación” y “diálogo” refieren a cosas diferentes. Desde un punto de vista más coloquial, a menudo los tomamos como sinónimos.
Independientemente de estas dos realidades, a quienes se desarrollen profesionalmente en torno de los social media, les convendrá contemplar dos instancias diferentes en relación con el socialogue (diálogo social). Y bien podemos -para no tener que acuñar más neologismos- identificar a esas dos instancias con las palabras “conversación” y “diálogo”.
Veamos cuáles son esas dos instancias…
Imaginemos que somos convocados para diseñar la estrategia social del seleccionado inglés de fútbol. Imaginemos que comenzamos, como siempre, con una escucha pasiva que nos permita comprender con la mayor precisión posible, el contexto conversacional en el que vivirá la identidad que tenemos entre manos.
Supongamos que hallamos conversación en torno de su plantel de titulares: quiénes deben y quiénes no deben componerlo, según el parecer de quienes intervienen en ella.
También nos encontramos con bastante conversación alrededor de un par de jugadores relevantes, en especial de su estado actual y de sus performances en sus respectivos clubes.
Asimismo detectamos conversación referida a unos escándalos protagonizados por la novia de uno de los goleadores, y a la feliz reciente boda de otro de los componentes del equipo.
Por último, vemos que hay bastante volumen en referencia a la decisión del director técnico inglés, de resignar su sueldo en favor de hacer posible su participación en el próximo mundial.
Todo esto que hemos escuchado, todos estos ejes semánticos (quiénes deben formar parte de la selección, cómo están jugando en sus correspondientes clubes, la supuesta infidelidad de la novia de uno de los jugadores, la boda de otro y el desinterés económico del director técnico), existen, son comprobables, escuchables sin decisión alguna de nuestra parte.
Efectivamente se habla de esos temas, y ellos tienen cada uno una estructura, un volumen, una frecuencia, un número de actores, un registro, un tono y presencia en determinados canales; son efectivamente hechos comprobables.
Supongamos ahora que nuestra estrategia se fija como objetivo el involucrar a la mayor cantidad de ingleses en el socialogue en torno de su seleccionado, con la finalidad de generar una aglutinación con eje en la nacionalidad y la compartición cultural.
Si insertamos a la identidad de dicho seleccionado en el contexto de la primera y la segunda conversaciones, no haremos más que sesgar su presencia, resultando su diálogo en algo demasiado técnico: sólo quienes estén al tanto de las novedades de los posibles fichajes y del estado de los jugadores, interactuarán con nuestra identidad.
Si por el contrario, decidiéramos tener presencia exclusiva en las conversaciones que se dan alrededor del escándalo protagonizado por la novia de uno de los jugadores, y de la boda de otro de los componentes del equipo, nuestro diálogo probablemente se banalizaría, haciendo foco en cuestiones que sólo tienen al fútbol y al equipo inglés como telón de fondo.
Sin embargo, la conversación que se da en derredor de la sesión de salario llevada a cabo por el seleccionador inglés, dado nuestro objetivo original, es completamente pertinente. A partir de allí, podría decidir alguna presencia puntual en las otras conversaciones -por ejemplo inoculando contenido proveniente de esta conversación- o hasta la creación de nuevas que no se hubieran dado aún y que resultaran necesarias para lograr mis objetivos.
Esto último, la demarcación de qué conversaciones me convienen y qué papel juega cada una (en términos funcionales, de volumen, de importación de contenido, de perfiles de diálogo, etc.) es lo que define mi diálogo; el diálogo de la identidad que dirijo.
Entonces, ya tenemos claramente definidas las dos instancias a las que hacíamos referencia al inicio: las conversaciones y los diálogos.
Una conversación es un objeto comprobable, es algo escuchable, con estructura y dinámicas que se dan por consenso entre quienes intervienen en ella. Si yo la escucho o no, no la afecta en nada: existe independientemente de mí.
Un diálogo es una decisión estratégica, un objeto taxonómico, una selección y agrupación arbitrarias. Decido qué conversaciones entran -y cómo- en mi diálogo, a partir de los objetivos que me planteo en mi estrategia.
Un diálogo está conformado por al menos una conversación (cuando no más) y nunca al revés (independientemente de cómo llame a unas y a otros).
Para verlo con mayor claridad, podemos decir que “las conversaciones son objetos, mientras que los diálogos son conjuntos intencionados”…
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