Por qué sí y por qué no tocar en una banda
Tocar en una banda es una cosa muy buena.
Si pensamos que una banda está a la misma distancia de un músico solista que un sólo diseñador de un estudio conformado por varios, resulta evidente que -desde una óptica social- una sociedad creativa es más poderosa por su diversidad que una mentalidad productiva solitaria.
Aún considerando que en cierta forma pueda existir la idea de que a mayor socialización en la producción, menor índice de concentración de la singularidad (me refiero a que a veces el creador puede sentir que abrir el juego en, por ejemplo la composición, lleva a una adulteración, a rebajar, aligerar su contenido propio), lo cierto es que cuando una sociedad creativa halla su organicidad, cuando puede decir que funciona, su producto es a la vez singular y ricamente poderoso.
La producción dentro del marco de una banda es algo muy bueno porque ésta es -o puede ser, aunque muchas lo ignoren o desoigan- un nexo, un nudo de canales muy diversos de generación.
A la música como obra básica, se le suman todos los tracks visuales, el diseño del discurso, la concepción de la performance en vivo en el más amplio sentido posible, la apertura y mantenimiento del diálogo y cualquier canal nuevo que la banda pueda construir para vehiculizar su flujo creativo.
Esta situación es fascinante por dos motivos: pocas veces se encuentra un formato ya establecido con tantas posibilidades asociadas y asociables (quiero decir que una banda es un formato aceptado y al que fácilmente se le pueden añadir nuevas conexiones creativas), y todo lo que ella genere lo hará desde una identidad a la vez artística y con posibilidad estructural de ser mainstream.
A una banda no le es exclusivo ninguno de los canales que acabo de enumerar (la música puede ser creada desde un sólo compositor o de múltiples formas generativas hasta poniendo en crisis la misma función del compositor, la producción visual tal vez sea la más desarrollada en nuestra cultura, a través de modalidades muy diversas y desde lugares funcionales tan diferentes como la industria del entretenimiento, el marketing o la plástica, el discurso es sobretodo diseñado con una postura técnica o desde la disciplina de la comunicación, la performance en vivo posee una gran tradición y desarrollo en las artes escénicas y la apertura y el mantenimiento del diálogo está siendo desarrollado hoy, al menos en términos sociales y desde una óptica semiótica por los social media), pero por más que no le sean exclusivas ninguna de todas estas vías de producción, una banda puede no sólo reunirlas todas bajo un manifiesto o política creativa, sino desde una función única: una que se ubica en la intersección entre el arte -con el requerimiento básico de compromiso que esto lleva consigo- y la comunicación mainstream (me cuido mucho de no decir “masiva”, ya que el desafío de la creación de música ya no está en lo masivo sino en lo social desde la óptica de los social media).
Una banda como lugar generativo o entidad creadora es algo bueno porque la expectativa ya existe, ese ya es un sitio hacia donde mirar, ya está hecho, establecido. Muchas veces uno se encuentra con el problema de tener que crear el canal por el que distribuir cierto tipo de objeto que aún no tiene una vía estándar de circulación; si bien esto es muy positivo en términos creativos, no lo es tanto desde el punto de vista de la exhibición de dicho objeto: una banda tiene desde el vamos una plataforma de generación por una lado polimorfa a la vez que extensible, y por otro estándar.
En esto reside en mi opinión la ventaja de escoger a una banda como estructura de generación creativa.
Tocar en una banda es una cosa muy mala.
Posiblemente lo haya sido siempre y hasta en mayor proporción que en el presente, pero lo cierto es que a mí me da la sensación (tal vez por el tamaño absoluto actual) que el entretenimiento -transformado en industria desde hace mucho tiempo- se ha prácticamente fagocitado la producción y la identidad misma de las bandas.
Esa es una mala noticia por dos motivos: porque per se no es un espacio del que se espere que salga algo que no sea mero entretenimiento, mera distracción, y porque ante una industria reinante en ese terreno, se plantea la dificultad de tener que tomar acciones para desequilibrar la situación (postura ante el manejo de terceros en relación a la obra de la banda, postura ante el star system -sea éste de la dimensión que sea; estructuralmente hablando, la generación y gestión de “estrellas” no sólo afecta a las grandísimas bandas y solistas-, postura ante festivales, premios, maquinarias de distribución y comunicación siempre masivas, etc.)
Recuperar ese espacio perdido o claramente remitido -en el caso de que alguna vez haya existido- o crearlo de cero -si se diera el caso contrario- para ocuparlo con fines artísticos, puede demandar un esfuerzo enorme, esfuerzo probablemente ajeno, accesorio y paralelo al trabajo creativo directamente vinculado a la obra.
Nadie me saca de la cabeza que hoy un tipo que entra en un sistema informático protegido por algún poder o facilita la circulación libre de contenido paralizado por leyes de copyright, es más digno de fans que un idiota con una guitarra eléctrica y un aspecto “alternativo”.
Los canales que abre esta última clase de gente demuestran ser más vigorosos, demuestran más potencia, más frescura que una banda: quienes crearon Pirate Bay o una criptomoneda han hecho algo que modifica para mejor mi vida; La-Banda-Del-Minuto -o El-Solista-del-Día- no llegan a moverme la aguja.
Por todo lo que dije en el primer bloque, volvería a tocar; por todo lo que dije en el segundo, no.
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