Política de Salud y no política en la salud
En términos de comunicación, uno de los varios daños que la presente pandemia ha infligido a la salud, es su politización, entendida aquí como el uso político de la salud y como el tratamiento de temáticas sanitarias como si fueran temáticas políticas.
La salud, desde comienzos de 2020 se ha vuelto una batalla política más, como tal vez nunca antes.
Como siempre sucede con lo que sea que cobre escala social, la responsabilidad de que esto esté sucediendo la tienen múltiples actores.
Las diferentes administraciones, en todos sus niveles y en cada rincón del mundo, han politizado decisiones que deberían haber sido estrictamente sanitarias.Las correspondientes oposiciones a esos gobiernos de turno, en lugar de aprovechar este error y desmarcarse apostando por la ciencia para dejar en evidencia a los otros, escogieron casi siempre recoger el guante y responder con más política, con más discurso.
Los medios tradicionales (podríamos llamarlos “de información”), han fallado haciéndose eco y difundiendo esta lucha impertinente, contribuyendo al ahogamiento por volumen de información y al astigmatismo social que resulta de la pérdida de foco.
Los medios sociales (podríamos llamarlos “de comunicación”), erraron al estrenar prácticamente ese autoatribuido rol de censores y guardianes de lo que “se puede decir y lo que no”, sumando una capa más de naturaleza política a conversaciones sobre salud, además de -sin querer, solo por ser vehículo de diálogo social- también amplificar y hacer ubicua una pelea inmediatamente estéril.
La comunidad entera, la sociedad, se equivocó al sumarse al barro, al no reflexionar cómo era posible que de la noche a la mañana todos (los carpinteros, los abogados, los diseñadores, los submarinistas), pudiéramos ser capaces de opinar sobre virología, infectología y vacunas como si tuviéramos alguna idea remota de todo esto, tal y como lo hacemos sobre lo que creemos en política.
La situación actual en la que se habla de salud en términos políticos, con esa demanda automática de tener que estar “a favor” o “en contra” de cosas que no pueden ser pensadas así, es sencillamente delirante.Nunca se ha dado un premio Nobel de medicina, química o física a quienes hayan “militado sus disciplinas como nadie”, simplemente porque a la ciencia no se le da este tratamiento tan pugilista.
La sangre puede ser un tema de salud, pero la sanguínea no es es forma de tratarla.
El pensamiento crítico, que es el que debería campear en el territorio de la salud, ha quedado sin usarse en un armario, cada vez que un gobierno ha tomado una decisión o hecho un anuncio surgidos de cualquier lógica que no haya sido la científica, cada vez que una oposición ha intentado afiliar el SARS-CoV-2 al partido del antagonista de turno, cada vez que un canal de televisión ha preguntado a su audiencia si estaba de acuerdo con las medidas sanitarias del gobierno, cada vez que una plataforma social eliminaba un perfil por decir que las mascarillas eran opresión social o cada vez que una persona en Twitter no se sentía incapaz de decir “de esto, la verdad es que no sé nada”.
Si conscientes de esto, comenzáramos a desempolvar ese sentido crítico y a usarlo no sé si todos los días pero al menos lunes, jueves y sábados, posiblemente comenzaríamos a curar de a poco la tan magullada comunicación en salud…
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