La otra belleza
Históricamente se ha entendido como bello aquello que obedecía a un patrón general, a un estereotipo, que no es otra cosa que una serie de instrucciones, que un modelo abstracto.
De esta manera, en varias teorías de las proporciones, bello significaba “acorde con el estándar de belleza”.
Así en el Egipto faraónico se consideraba que la cabeza humana debía caber verticalmente un número preciso de veces en la altura total del cuerpo; de hecho el canon era tan estricto que una misma estatua podía ser esculpida -y efectivamente muchas veces así se hacía-, por partes en diferentes localidades del imperio muy distantes entre sí, y finalmente al montarla, todo encajaba perfectamente.
En la antigua grecia la teoría de la proporciones constaba de tres instancias: la simetria, la proportio y la eurithmia, las cuales garantizaban que mientras fueran respetadas, las obras plásticas finales serían correctamente bellas.
Mucho más cerca en el tiempo, sólo con observar las representaciones públicas actuales de la belleza, pronto descubrimos la persistencia del canon. Tal vez la diferencia hasta con el pasado no tan lejano, es que hoy existen múltiples cánones y no sólo uno: no es la misma la belleza de los modelos de alta costura, que la belleza de los modelos publicitarios, que la belleza en la política, que la belleza en el punk, etc.
Esto de entender lo bello según un modelo ideal, cuya existencia es externa al objeto portador de belleza, es algo que no se limitaba a la mera apariencia; en el pasado -y nos sorprende comprobar cuánta vigencia tiene esto en el presente-, ser bello se asimilaba a ser bueno.
La idea general era que tal como la verdad emerge y luce por sí misma ante nuestros ojos, la belleza de espíritu se manifestaba en el cuerpo.
Es este el origen mismo del rechazo a lo feo (y muchas veces a lo distinto): su asimilación con lo malo.
Una forma de belleza completamente diferente, no tanto por su apariencia como por su esencia, es aquella que considera bello aquello que manifiesta plenamente la identidad de quién -o qué- la posee.
Ser bello según esta óptica, es manifestar plenamente quién se es, cómo se es. Es hablar con toda su existencia (cuerpo, ritmo, discurso, gestos, indumentaria…), en el idioma propio, ese idioma hecho casi exclusivamente para expresar quién se es.
Esta belleza, sorda al canon, es una belleza rotunda, sólida e inopinable.
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