La actitud de la abeja peluda

La actitud de la abeja peluda, por Ernesto Alegre

Antes que nada, una breve aclaración: lo que viene a continuación nada tiene que ver con La avispa con peluca, el pasaje de A través del espejo y lo que Alicia encontró allí que Lewis Carroll suprimió de la primera versión (la de 1871) del libro.
La actitud de la abeja peluda, toma como imagen el acto polinizador de las abejas para definir una forma de actuar de gran valor social: inspirar, excitar, inducir y estimular a los demás a hacer cosas cuando nosotros estamos haciéndolas, sin que ese sea nuestro propósito primario al hacerlas.
Cuando una abeja entra a una flor, lo hace con su propia agenda: busca néctar y polen con el que luego alimentarse y alimentar a su colonia, pero también realiza una actividad secundaria, involuntaria, y que sólo la beneficia de forma no inmediata: poliniza la planta a la pertenece esa flor.
Sencillamente su cuerpo, cubierto de pelo, se impregna de granos de polen que gracias a ella viajan desde los estambres hasta los estigmas, fecundando flores que más tarde fabricarán semillas.
Lo hace sin saberlo, sin buscarlo, pero la importancia de este acto es tan trascendente como la alimentación de su colmena (de hecho, forman ambos parte de la misma trascendencia).
Cuando nosotros hacemos algo, cualquiera sea esa acción, podemos sólo hacerla o actuar como la abeja peluda: hacer lo que íbamos a hacer, y simultáneamente realizar también algo más.
Esto lo llevamos a cabo cuando nuestra acción no sólo cumple con lo objetivamente necesario, sólo con su propósito primario, sino cuando además contiene belleza, se hace de una nueva forma, resulta más interesante o es clarificadora para otro, en especial cuando ninguna de estas cosas es en principio funcionalmente necesaria.
Cuando inspiramos a alguien mientras hacemos algo cuyo propósito esencial no es inspirar, cuando satisfacemos a otros más allá de lo que nuestra acción en apariencia debería, o cuando ayudamos a comprender aquello que hacemos además de hacerlo, lo que estamos realizando es la reverberación de nuestra acción provocando y estimulando a otros a que hagan eso u otra cosa.
Lo que se produce cuando uno opera con la actitud de la abeja peluda, es una conversación fertilizante sin palabras, la generación de una pequeña chispa que inaugura una reacción en cadena que sólo comienza en uno, pero que continúa de forma impredecible en los demás.
Si esto llega a suceder, si nuestro delivery secundario llega a buen puerto, terminamos comprobando que todo lo éste provoca es más trascendente que lo que nuestra acción, en principio, se proponía.
Hacer lo que sea con la actitud de la abeja peluda es de impacto social, transforma hasta el más nimio acto funcional en una transmisión de cultura, en un aporte que probablemente nos retorne enriquecido por otros.

 

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