La sombra creciente y la sombra menguante

la sombra creciente y la sombra menguante, por ernesto alegre

Nazi él, nazis ellos, nazis nosotros, nazi yo.
Cuando vivía en Buenos Aires, era socio del Goethe Institut.
Casi todas las semanas pasaba al menos por su biblioteca en Corrientes al 300, y me empapaba de una cultura lejana, al menos en una Argentina -por aquellos años- cada vez más norteamericanizada.
Y fue gracias a este hábito que tomé contacto con lo que experimentó la sociedad alemana luego de la segunda guerra mundial.
Me refiero específicamente a cómo se pensó el límite de la responsabilidad de todo lo que había sucedido, provocado por el Tercer Reich en Alemania y en el resto de Europa.
Con el correr del tiempo, ese límite se hizo dinámico, pasando de identificar a Hitler y su entorno cercano como el foco único de todos los males, a ver cómo también tenía responsabilidad un círculo más amplio, como la totalidad del partido, del sistema político y de todos aquellos que desde fuera le brindaron apoyo financiero.
Y esa sombra creciente, siguió extendiéndose hasta incluir a la totalidad de la sociedad alemana bajo la pregunta: “¿dónde estábamos todos mientras esto sucedía?”.
E incluso creció un poco más, desmenuzando el nosotros hasta llegar al yo: “¿dónde estaba yo, qué hice yo cuando pasaba lo que pasaba?”
Muchos se dijeron que desconocían, por ejemplo, la dinámica y hasta la existencia de los campos de exterminio, pero sin embargo habían visto cómo pintaban primero la casa de su vecino judío, cómo rompían sus ventanas luego y cómo más tarde lo secuestraban junto a su familia para no volver a verlos jamás: “estuve ahí, pero ¿qué hice yo cuando pasó lo que pasó? La sombra oscureció a todos y cada uno.

Tener parte de la responsabilidad te hace ser parte de la solución, y mucho tiempo después, en 2015, un gran sector de la sociedad alemana se congregó en las estaciones de trenes con carteles de bienvenida, y paquetes de comida y ropa para los refugiados sirios que llegaban a su país.
Esto no es por supuesto una apología del pueblo alemán en su totalidad -existen los grupos neonazis, existe la incomprensión y la falta de solidaridad alrededor de la deuda de los países del sur europeo, existe la islamofobia-, sino del proceso de toma de responsabilidad social luego de la debacle del nazismo.

 

Corruptos ellos, corrupto él. Yo, argentino.

Casi simétricamente al revés, el límite de la responsabilidad en Argentina, siempre se achica, siempre es selectivo, siempre me deja afuera.
Siempre hemos sido aficionados al dibujo de la línea divisoria, siempre nos paramos de este o de aquel lado de la línea, y siempre la culpa es de los otros.
Especularmente a lo que exponía más arriba sobre cómo la sociedad alemana hizo cada vez más inclusiva a la responsabilidad, fijémonos cómo seguimos tratando -a 32 años ya- la última dictadura cívico militar en referencia a los desaparecidos: ¿alguien escucha a la sociedad preguntándose cómo fue capaz de decir “y, algo habrán hecho” o “en algo estaría metido”? ¿No siguen siendo “ellos”, los militares y sus apoyos financieros, los responsables únicos del genocidio?
En el fondo y a la luz de los resultados que obtuvimos: ¿nos ha servido alguna vez de algo responsabilizar exclusivamente de todo lo mal hecho, de todo lo mal pensado siempre a ellos, sean ellos quienes sean en cada caso, con la sola condición de que no seamos nosotros, de que no sea yo?
¿No nos resulta siniestro que la frase “yo, argentino” signifique “yo no tengo nada que ver”?
¿Nos servirá de algo oponernos a todo o apoyar todo lo que haga el nuevo gobierno, cuando apoyamos todo o nos opusimos a todo lo que hizo el anterior?
Si estuvimos de acuerdo con la no criminalización de la protesta social, ¿pudimos estar de acuerdo con la ley anti-terrorista, ambas acciones del anterior gobierno?
Si estábamos de acuerdo con el respeto a las instituciones, ¿podemos estar de acuerdo con la violación a las instituciones, ambas posturas del actual gobierno?
Si esto fuera así, y todo indica que así es, lamentablemente, entonces no importa nada, no importan “las cosas”, sino exclusivamente quién las dice o quien las hace. Lo único que importa es la diferencia entre “ellos” y “nosotros”, oligofrénicamente asimilados al “todo mal” y al “todo bien”, respectivamente.

Ojalá veamos algún día que la idea de que la responsabilidad de los problemas sistémicos sea siempre tópica (y de ellos), nos sale carísima…

 

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