El peligro de la mala metáfora

El peligro de la mala metáfora, por ernesto alegre

A la metáfora se la puede definir como una figura de la retórica.
Es un cortocircuito que se opera en el discurso para provocar algo en quien lo recibe.
Una metáfora es básicamente la sustitución de una cosa por otra cosa. Gracias a ese cambio se produce la sorpresa en quien recibe el mensaje.
Ese pequeño sobresalto puede tener la intención de remarcar algo (para que fijemos nuestra atención en ello), hacer que nuestra descripción sea más económica y efectiva, crear belleza o forzar su recuerdo.
En cierto aspecto la metáfora es más bien un arquetipo dentro de las figuras retóricas; su estructura básica es versionada por muchas otras que operan sustituciones especializadas (la hipérbole cambiará el objeto original por una exageración aumentadora del mismo, la lítote lo hará por una exageración diminutiva, la metonimia cambiará el todo por una parte, etc.).
Pero también hay una forma de ver a la metáfora (que en el uso diario puede confundirse con la alegoría), como instrumento que ayuda a la comprensión de algo.
En sentido estricto se habla de una alegoría -o sin ser lo mismo de una analogía-, cuando se recurre a un objeto concreto para ejemplificar o ilustrar algo que por abstracción o complejidad es difícil de aprehender. La asimilación con la metáfora se justifica cuando esa imagen llega a reemplazar en la comprensión habitual al objeto original.

Esto ocurre cuando acostumbramos a pensar algo abstracto o complejo mediante algo mucho más familiar o sencillo.
Por ejemplo, pensar la casi infinita variedad biológica y abiótica no creada por nosotros (para simplificar, la Naturaleza), como algo bondadoso, beneficioso, y que se encuentra frente a nosotros como especie.
Otro caso es el de nuestro propio cuerpo, pensado como casa, templo, habitáculo de nuestra mente, que es algo separado del cuerpo.
Señalo estas dos alegorías o metáforas porque encierran un gran peligro: la mala concepción de los objetos originales.

Pensar que la Naturaleza es algo diferente de nosotros, algo que podemos dañar o dejar de respetar de forma independiente a nosotros mismos, es lamentablemente algo que aún figura en discursos medioambientalistas. Y esto es malo, además de ser falso, porque evidentemente no funciona.
Nosotros no somos algo aparte de la Naturaleza, sino que la integramos, por más que en los museos de historia natural pongamos en una vitrina el nido de un pájaro y no el plano de un edificio (ambas, por igual, soluciones de refugio hechas por animales).
Permitir que se perciba como algo necesario pero ajeno, hace que quienes no empaticen con “lo otro” no duden en explotarla de cualquier forma en beneficio propio; estarán dañando algo que no son ellos mismos, que es lo único que les importa.

Lo mismo sucede con la metáfora que habla del cuerpo como algo subsidiario de la mente, casi como un instrumento o una posesión de esta última.
Esta imagen tampoco sirve, porque destruye el principio de unicidad y organicidad que en verdad somos las personas: mi mente no “vive” en mi cuerpo, sino que son la misma “cosa”, es decir: yo.
Verlo de la habitual forma segmentaria, permite falsedades graves, como “personas que cultivan su cuerpo y no su mente” y el no menos tóxico modelo inverso.

La metáfora, la alegoría, la analogía, deberían ser siempre instrumentos tácticos, puntuales y actualizables que ayuden a la comprensión de cosas, dinámicas o procesos, en lugar de transformarse en modelos permanentes de concepción.
Si fallamos generándolas y esas aberraciones perduran en el tiempo, multiplicaremos los errores aún antes de comenzar a pensar…

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