dejarse caer
Conozco poca gente que se deje caer, simplemente.
Sin cálculo, sin mirar dónde caería.
Ese es el rasgo que distingue a quienes se ponen a pensar sin tener la mínima idea de dónde irá a parar ese pensamiento. Entregarse a uno mismo. Ser enteramente franco al mirarse al espejo.
Pensar especulando que “eso es impensable”, “que lo otro es inconcebible”, es cosa de enanos mentales. Es confundir el salvarse corriendo de una fiera con un video de fitness, es confundir al intelectual con el que sale de shopping por los libros de filosofía.
Pensar es un compromiso con el propio pensamiento; dárselo todo a uno mismo, entregarse, dejarse caer.
El verdadero pensador es aquel que se entrega al pensamiento, y hay algo de abandono de sí en ese acto.
Tomarse de la propia mano y llegar donde sea, donde la mente se disgrega… seguir al conejo blanco, hasta alcanzarlo en el preciso momento en que todo desaparece, se derrite, explota, muere; qué se yo, se va todo a la mierda…
Post a comment