La ortopedia de la comparación
Habitualmente cuando comparamos una cosa con otra, sea esto un objeto, un comportamiento, una idea, lo que obtenemos como resultado es un conjunto de aprendizajes relativos.
Podemos ver que eso que comparamos es más grande o más pasado, o más virtuoso o más sofisticado que la otra cosa que nos sirve de referencia, pero mediante la comparación no generamos conocimiento “intrínseco” de la entidad inicial.
De hecho, si solo tuviéramos como dinámica de creación de nuevo conocimiento a la comparación, ni siquiera sabríamos qué cosas tomar de referencia, es decir, qué cosas serían apropiadas para establecer dicha comparación.
De tener una manzana, para escoger una pera como segundo elemento a comparar, tengo que saber que ambas son frutas; incluso los parámetros de comparación surgirán probablemente de la naturaleza de los elementos que comparo y no de los productos, de los aprendizajes siempre relativos de la comparación.
Si contrasto el sabor de la manzana al de la pera para establecer sus diferencias, es porque antes de hacer esto ya sabía que ambas eran comestibles, es decir, establecí esta comparación gracias a un conocimiento que no es relativo, sino inherente a aquello que comparé.
Últimamente me parece percibir que demasiadas personas se valen de la comparación para poder dar tratamiento a cualquier tema; incluso parece que tienen que comparar cosas entre sí hasta para poder pensarlas o para generar una opinión sobre ellas.
Da la sensación de que no pueden pensar una cosa sin compararla con otra, que no pueden darle tratamiento directo y dedicado.
Y esto se manifiesta cuando se habla de la gestión de un político sin poder dejar de citar al precedente, cuando se argumenta las bondades de un producto gracias a las deficiencias de otro, o cuando se denosta una idea a partir de la superioridad de una segunda.
Cuando todo esto sucede, lo que pasa es que nos volvemos incapaces de hablar y de pensar de forma directa sobre algo, de dar tratamiento a las características consustanciales de cada cosa en primer término.
Deberíamos poder razonar lo bueno y lo malo de un gobierno de derecha estudiando a ese gobierno, y no a partir de la comparación con lo malo y lo bueno de un gobierno de izquierda.
La manzana no tiene nutrientes porque también los tiene la pera o porque no los posee una piedra: los tiene porque los tiene ella.
Cuando nos acostumbramos al tratamiento comparativo, todo lo que terminamos generando son aprendizajes relativos, pero dejamos de ser capaces de penetrar en la esencia de las cosas. Por este motivo la comparación como única manera de abordaje a la realidad es ortopedia para el pensamiento.
Pero no en el sentido de una ayuda cuando esta es necesaria, sino como un obstáculo, como un andamio, un soporte o unas muletas para quien no las precisa.
Existen dos implicaciones nocivas del uso casi exclusivo de la comparación a la hora de comprender algo: en primer término el tic comparativo, esta actitud de tener que comparar una cosa con otra para poder entenderla, puede fácilmente desembocar en la polémica.
La comparación que busca el contraste -aunque esta no sea una característica inherente de la comparación, pero sí muy habitual-, al hallar lo bueno en una cosa encuentra la malo en la otra.
A partir de esto, es muy sencillo prever la siembra de controversias que muchas veces distraen de la comprensión de aquello a lo que se daba tratamiento inicialmente.
La segunda consecuencia nociva de esta forma tan elusiva de pensamiento, es lo poco que incrementa nuestro stock de conocimientos universales sobre las cosas. Cuando todo lo que sabemos es relativo entre dos o varios elementos y muy poco de la esencia o naturaleza de cada uno de ellos, al cambiar dichas relaciones, sentimos estar en un entorno “sin precedentes”. Y en esos contextos nuevos y ajenos, al carecer de referencias más o menos estables, no sabemos qué pensar.
Si solo puedo concebir a la manzana en presencia de la pera, cuando la manzana está al lado de un limón y no hay pera, observo a la manzana de nuevo por primera vez, como si no la conociera.
Este tipo de situación tiene un impacto muy tóxico sobre el pensamiento y el sentido crítico, porque no permite crear universales o modelos para enfrentar nuevas situaciones.
La comparación en tanto ilustración, en tanto ejemplo, es más “fácil” de asir que un enfoque más ontológico, que una interrogación sobre la esencia de una cosa, pero utilizarla no como clarificación posterior sino como método primario para conocer algo, para inferir la realidad, nos deja cautivos de las imágenes de las cosas e ignorantes y ajenos de sus naturalezas.
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