Ideas-vampiro
Pensar pensamientos antiquísimos, cosas pensadas por tanta gente ya muerta y muerta desde hace tanto, es como prestarle la cabeza a ideas inmortales pero dependientes y muy necesitadas de nuestro pensamiento para que puedan seguir respirando.
Somos usados por esas nociones como si fueran vampiros que no mueren, pero que precisan de sangre nueva para seguir aquí, entre nosotros.
La pregunta sobre el origen, nuestro y de todo, la incógnita sobre el final, nuestro y de todo, la idea de la gran confusión, la sospecha de lo escondido, de lo que vale más que el resto, la duda sobre lo que somos, la fascinación por los ciclos y por lo que se repite de cualquier forma, el misterio de nuestro ser y del otro; todas estas son ideas-vampiro.
Estos pensamientos son pensables e impensables al mismo tiempo; son frutas indigeribles de un sabor que no puede terminar de saberse.
Pensamos en esto ayer por la mañana en el metro o bajando una escalera, y se pensó en lo mismo alrededor de una fogata neolítica.
Pensamos en esto porque lo vimos en otros, o sencilla y jungianamente por la sed de nuestra mente.
Cambiará de ropa y de peinado, solo la veremos y recordaremos o la dibujaremos o la capturaremos con con un lidar, pero sea que cambie cosméticamente o que cambiemos la forma de asirla, la idea-vampiro es la misma pase el tiempo que pase.
Su misterio es inmortal y no tiene resolución que le ponga fin.
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