La parte mala de la parte buena

A lo largo del ancho, profundo, permanente y superabundante flujo de información acerca de la Covid-19 en el que aún estamos inmersos (pugnando por mantenernos a flote, diría), podríamos discriminar entre el buen y el mal contenido que venimos recibiendo.
Dentro del buen contenido, digamos que tenemos la información veraz, la información contrastada y la que está razonablemente bien contada, sin exigirle siquiera a la pieza en cuestión que cumpla con más de una de estas u otras condiciones.
Del otro lado, el mal contenido, compuesto por la desinformación, la falsedad intensionada o torpe y la historia tan mal contada, que sin llegar a ser un fraude objetivo, daña más que lo que beneficia.
El primer grupo constituiría la parte buena de este flujo de información Covid, y el segundo, la parte mala.
Dependiendo del diálogo específico que nos pongamos a analizar (una vacuna concreta, todas las vacunas, la percepción sobre medidas de confinamiento, o lo que sea), descubriremos que los volúmenes de la parte buena y de la parte mala varían, y además lo hacen dinámicamente, pero en general observamos que hay mayor cantidad de información bienintencionada que del tipo contrario (o al menos “no-malintencionada”).
Solidariamente también  la parte de la comunidad que participa y comunica desde un universo de nociones estándar (creyentes en la ciencia, personas con alto nivel de aceptación de las condiciones que se dan por defecto), es mucho mayor que la parte de la comunidad que tiene agendas anti-vacunas, anti-ciencia y anti-sistema.

“Correcto” y “útil” no son sinónimos.
Olvidémonos por un momento de la parte mala del flujo y centrémonos en la buena.
Sobretodo considerando que es la parte dominante de la información que recibimos cada día, cabe preguntarse si todo “lo bueno” hace bien.
¿No nos equivocamos al confundir correcto con necesario y correcto con útil?
Durante toda la pandemia yo mismo, viviendo en un lugar específico de España, he recibido incontables índices, datos y proyecciones de sitios alrededor del mundo (a los que no podía ir siquiera) contándome en detalle -las más de las veces con un detalle descontextualizado- cómo estaban en ese momento. Varias veces al día. Y al día siguiente, y al siguiente durante meses.
Yo no busqué esa información, no la recibí como producto de mi demanda, sino que me fue servida por medios masivos, por televisión por ejemplo.
La información no era falsa, pero bajo ningún punto de vista podría llamarse necesaria ni útil. Sin embargo sí podría señalarse como abundante; superabundante.

Paracelso ya lo sabía.
El famoso alquimista suizo Teofrasto Paracelso, hizo hacia el SXVI una importante reflexión, cuya síntesis es: la dosis hace el veneno, es decir, hasta lo más inocuo en cantidades excesivas se torna nocivo.
Y esto es lo que está pasando con la información: en los volúmenes actuales, hasta lo que es cierto daña.
Imaginemos una crónica de viaje que hable exhaustivamente de cada piedra o hierba que pisamos en el camino, de cada gesto de cada taxista que nos lleva a aeropuertos u hoteles. Sería inviable, perderíamos rápidamente el hilo y la noción del objeto, que en este caso es el viaje.
Lo mismo nos pasó durante el 2020 y sigue sucediendo en este 2021: es imposible no ahogarse en el mar de datos, información y contenidos relativos a la Covid-19: ¿quién sobrevive, quién es capaz de no perder la noción de “lo que está pasando” cuando todo el día, cada día durante meses y meses todos los medios y plataformas hablan desde infinidad de ópticas y posturas de lo mismo?

La percepción social interactúa orgánicamente con aquellos dispositivos que le permiten crear una noción, un modelo de contexto.
No es tan sencillo como decir “la gente repite lo que le dicen los medios”, ni inversamente “los medios dicen lo que la gente quiere escuchar”; todos los componentes se integran en procesos complejos no reductibles a fórmulas tan básicas.
Pero esta situación de diluvio y anegación informativa, está marcando a menudo la dinámica de, por ejemplo, el sube y baja de la confianza en las vacunas, cuando lo que debería gravitar allí es solo la evidencia científica.

Decir algo falso daña. Decir cosas ciertas agotando todo el oxígeno en el acto de hacerlo, también.

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