Por qué soy como soy (1)

por qué soy como soy - Alexander Percy Blake

Por algún motivo que está en un estante muy por encima de mi cociente intelectual, muchas personas creemos, incluso aseguramos, que “nos pasan cosas”.
Realmente dudo que las cosas “pasen”, y mucho menos que “nos pasen” a nosotros: sospecho que las cosas no nos toman en cuenta -poniéndome radical hasta diría que las cosas no piensan ni nos perciben siquiera-, y que la explicación de aquello que vivimos y experimentamos debe “pasar” por otro lado…
En este orden de reflexiones que no me vuelven más rico, ni más guapo, ni más simpático ni más confiable (sobretodo en este último ítem, exactamente lo contrario), estoy cuando concluyo que tengo cierta tendencia a descreer de la estupidez.
No puedo dejar de presentir que es más estúpido el que acusa de estúpido a otro, que ese otro que es acusado de estúpido. Pero todo esto es especulación pura: como adelantaba más arriba, son más las cosas que escapan a mi intelecto que las que de casualidad termino pescando.
Y creo que este reflejo que me hace desconfiar del concepto, de la calidad o existencia misma del idiota, tiene origen en mi padre.
Mi padre era un tipo muy soberbio: casi todo, él (y lo digo así porque tenía ganas de escribir la palabra “casi”) lo explicaba a partir de la estupidez de alguien. Y JAMÁS ese alguien podía ser él: esa regla era inviolable.
Por ejemplo, si mi padre tenía la ilusión que el día siguiente fuera lluvioso y al despertar se encontraba con un sol nuclear quemando hasta la bondad de la Madre Teresa, invertía el resto de ese día buscado al imbécil que lo había trastocado todo.
De haber usado las planchas de Letraset para con ellas construir pensamientos y expresiones, mi padre se hubiera quedado sin las letras “i”, “m”, “b”, “e”, “c”, otra vez la “i” y la “l” (junto con la tilde), en apenas minutos.
Esta patología creó en mí de muy pequeño, la idea de que cuando un lápiz perdía su mina, que cuando un juguete se rompía o una pila se gastaba, se debía a que “eran imbéciles”.
Más tarde, al llegar a la adolescencia y prometerme que era mejor parecerme a la planta de aloe vera que había en mi jardín que a mi papá, abandoné completamente la idea de que las cosas pasaban -porque aún creía que las cosas pasaban- por culpa de algún imbécil.
Pero ahora mismo tengo un problema bastante grande: por más que descrea en la imbecilidad, por más que resulte súper noble no tildar a otro de imbécil, y por más que me corte le cerebro en fetas pensando cómo puede ser esto o aquello sin contemplar siquiera la intervención de la estupidez, lo cierto es que la gente imbécil parece que sí existe.
Y en mi encuentro con el idiota, como agoto TODAS las posibilidades antes de asumir que ese señor, señora o millennial es, precisamente, un idiota, a lo que me termino sometiendo es a la idiotez de las situaciones que generan estos idiotas.
Como todo tiene un límite -salvo Operación Triunfo en su capacidad de generar cantidades galácticas de vergüenza ajena o depresión nerviosa-, termino diciéndome con asombro malamente disimulado: “ah, ¡pero al final este tipo era un idiota!”
Y es en ese momento cuando siento que me miro al espejo y veo en mí a mi papá atribuyendo la gravitación universal (esa estupidez que hace que las cosas caigan para abajo, se rompan y haya que comprarlas de nuevo), su simetría axial (la broma esta que de un lado tenés una mano y del otro una mano igual pero al revés) o la costumbre de comenzar a escribir con una mayúscula, a algún imbécil.
Cuando esto pasa, renuevo mi rebeldía adolescente -natural y correcto si tenés 51- y, como un idiota, vuelvo a negar la idiotez.
Por esto mismo, sospecho, no encuentro por el momento una explicación plausible para el voto a Vox, el piropo masculino en la calle, la utilización desmedida de la palabra innovación, o la creencia de que un gol es una gran cosa, solo por citar un manojito de cosas que pasan…

2 Comments

  • ESTHER CARABASA

    Bueno, querido amigo. Estoy muy contenta de leerte. Porque creo que cuando llegamos a la paradoja, llegamos un poquito a la verdad. Los imbéciles existen y no existen a la vez. Las cosas pasan y no pasan a la vez. Y somos y nos somos nuestros padres a la vez. Creo yo… bueno, ahora no sé…. Quizás lo creo y no lo creo a la vez 😀

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