La Tormenta
La mayoría de las tragedias hacen que quienes las sufren las sobrevivan con marcas, en partes, con traumas, con golpes, estropeados, hasta casi sin vida.
Pero hay algunas que no dejan salir a aquellos que han abrazado: son tragedias que cambian a sus víctimas en tal medida, que quienes salen de ellas no son quienes entraron.
Esta gente es casi siempre la última en enterarse. La tormenta los embrutece, los simplifica hasta dejarlos fuera de todo y sacar de ellos todo cuanto tienen, salvo la posibilidad del momento que sigue.
Y así siguen: un momento detrás de otro, sin la posibilidad de acumularlos en cantidades que reúnan un tiempo… la tragedia siempre habrá sucedido hace un momento…
Estas personas no comprenden muchas veces que no es que hayan cambiado, sino que han desaparecido tal cual eran; de la tormenta salen otras otros, personas que se hicieron en la propia tormenta (los que entraron desaparecieron en ella).
Es una ilusión aferrarse a lo que se fue para mantenerse a flote: la identidad propia no es eso que flota sino los brazos febriles que lo abrazan. Esa madera a la que se agarran es algo sin significado, accidental, sin forma. Lo que fue, lo que fuimos quedó en pedazos a la deriva y dentro nuestro, pero sin posibilidad de reparación.
No es el recuerdo ni el deseo de volver lo que sana… es el amor… el amor que se libera de toda dimensión, el amor que contrapesa la vergüenza, la indignidad de sobrevivir a tu hijo.
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