Revalorizar la Política
Cada vez que algo no funciona como esperamos, sea porque se estropea, porque se nos presenta una mejor opción, porque se produjo un desfase entre el problema y la solución que representaba, etc, lo habitual es que intentemos corregirlo o reemplazarlo por una nueva versión de eso mismo.
Por ejemplo, si algo le pasara a mi exprimidor de cítricos, dependiendo de qué cosa le pasara, intentaría repararlo o suplantarlo por uno que cumpliera correctamente su función.
Lo que nunca se me ocurriría es pensar que “todos los exprimidores son igual de nefastos”, ni que “voy a cambiar el exprimidor por una corbata”.
Pero por extraño que parezca, esto es exactamente lo que se repite una y otra vez en torno de la política: ante políticos inservibles, es común desacreditar funcionalmente a toda la política o reemplazar al político por un tecnócrata, un actor, un empresario o un misionero… y cada vez que esto sucede, el experimento sale mal.
Si bien pienso que la política no es sólo cuestión de políticos (de la misma manera que creo que la salud no es tema exclusivo de médicos ni la educación sólo de maestros), y que todos deberíamos desarrollarla pensando y actuando en lugar de dejarla “en manos de alguien que sepa”, lo cierto es que esto demanda un compromiso que no todo el mundo está dispuesto a asumir.
Lo mismo sucede con muchísimas otras cosas, como por ejemplo la salud y la educación, que señalaba recién.
Pero si esta actitud pasiva desgraciadamente se impusiera, mejor es que quien finalmente se encargue del asunto, sepa hacerlo.
Repito que no creo que sea beneficioso desentenderse de temas estratégicos o cruciales, pero si no voy a comprometerme con la educación de la siguiente generación, por lo menos debería preocuparme de que quienes lo hicieran fueran personas idóneas y no gente, por ejemplo, cuya especialidad fuera la carga y descarga en un puerto.
Por esto me resulta tan delirante que nos lavemos las manos en cuestiones políticas y también nos quedemos tranquilos dejándoselas a cualquiera.
Hay alrededor de este tema una serie de falsedades tomadas como ciertas, que permiten que se impongan las peores decisiones por nuestra parte.
1. Creer que los políticos de un país se criaron en otro o directamente en Marte.
Esta es la base del trillado “los políticos son todos corruptos”, como si fuera acaso posible que un grupo profesional de personas en una cultura pudiera no compartir valores con el resto, o estar completamente recortada de su contexto.
Aún pasando por alto la generalización exageradamente simplificadora, si se diera el caso de que todos los políticos de un país fueran corruptos (como si fueran graciosos, violentos o elegantes), no se debería a otra cosa más a que esa sociedad es al menos muy tolerante con la corrupción, o directamente respira corrupción de forma distribuida (o gracia, o violencia o elegancia).
En lugar de atribuir el rasgo desagradable de toda una sociedad a un grupo, más vale verse también en la foto y desde dentro, intentar corregir dicho rasgo.
2. Creer que la rigidez, el monodiscurso o la consistencia estática tienen algo que ver con la política.
Esta creencia absurda es la que lleva finalmente a sostener ideas como “dicen una cosa hoy y hacen otra mañana”.
El político debe (y ojalá lo haga, porque sino sería un delirante), operar siempre desde el momento presente. Por supuesto que se le demanda memoria y si se lo pretende un estadista, también perspectiva de un futuro largo, pero siempre es un agente del presente.
Por eso, al ser la realidad dinámica (no sólo la realidad política, sino toda la realidad), es posible -y como decía, hasta necesario- que lo que sostenía ayer no lo sostenga hoy sin haberlo revisado.
De más está decir que no hablo del cambio “amoral” de posición; no es deseable por supuesto que un referente sea impredecible o que atienda una agenda personal que mueva a su única conveniencia, lo que señalo es que un político está preparado para adaptarse o no es político.
3. Creer que alguien que surge de un sector, al evolucionar sigue representando sólo al mismo sector.
Todo político emerge de algún silo: éste puede ser una organización social, un partido formal, un movimiento, un sector sindical, etc.
Al evolucionar en su historia, posiblemente deba representar progresivamente a más gente, probablemente de más de un sector de la sociedad.
Esto no debería dar lugar a la conocida condena de “tiene mil caras”, sino a una característica deseable en un político: su calidad polifacética, su capacidad de sintetizar a múltiples actores sociales.
El caso extremo es el del Presidente de la Nación: debería ser el presidente de todo el país y no sólo del sector del que surgió, ni de su partido formal ni de únicamente sus votantes, y para hacer esto es necesario que sintetice aspiraciones encontradas: deberá trabajar para el todo y no para alguna de las partes.
4. Creer que la administración de la cosa pública la puede hacer cualquiera y no merece una especialización.
Esta falsedad lleva a pensar cosas como “mejor que suba gente fresca, que no sea política”.
Este tipo de pensamiento extraño, equivaldría -como decía más arriba- a estar en desacuerdo con un cirujano y poner en el quirófano a un carpintero, o ante la desconfianza en un ingeniero encargar un puente a nuestro amigo psicólogo.
La complejidad del Estado demanda un saber hacer que no se adquiere en las semanas posteriores a ganar una elección: hace necesaria una formación sostenida en el tiempo.
Todo político tendrá sus cuadros técnicos para cada tema específico, pero la toma de decisiones complejas no puede basarse sólo en ideología o en el sentido común. En esto consiste transformarse en un buen político, en un buen gobernante: como en cualquier otra disciplina, por supuesto que cuenta el desarrollo de conocimiento, la experiencia acumulativa y el desarrollo de destrezas específicas.
Esto por supuesto no atenta contra el recambio y el dinamismo que son necesarios para que nadie se eternice en la conducción del Estado; de hecho pienso que es indispensable que esto suceda, pero dentro de un pool lo más grande y diverso posible de personas que se vienen formando desde las funciones más básicas hasta llegar a las más complejas.
En al menos estas 4 falsedades creo que descansa la desvalorización de la política, ese menosprecio irresponsable que no toma en cuenta la gran peligrosidad de que el lugar del político lo tome alguien ajeno a la política…
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