Un par de sabores

Si fuera una lengua en lugar de tener una, por Ernesto Alegre

Si fuéramos una lengua en lugar de tener una, los sabores serían aquello con lo que compondríamos el modelo de la realidad.
Pensaríamos: si tiene sabor tiene presencia, existe. Si es insaboro es un mito, es una cosa de la que no se puede confirmar su existencia.
Nuestro periódico tendría forma de nariz: usaríamos el olfato como máquina de contexto para completar nuestra comprensión del mundo.
Si fuera una lengua, pensaría lo siguiente de los siguientes sabores…

Los cítricos.
Son inmomificables, inguardables, sobretodo los cítricos más dulces.
Tomar un té de naranja es cualquier cosa menos sentir el sabor de una naranja.
El cítrico es un evento, una coreografía agresiva que se da poco después del exprimido o no se da.
Hay maniquíes más o menos verosímiles de los cítricos (caramelos, por ejemplo, basados en esencias, réplicas), pero no se puede hablar con ellos: son fotos montadas en cartón.

La miel y la nuez.
Son sabores antiguos que bien podrían estar en el Museo Británico.
La miel y la nuez (como la avellana, la castaña y la almendra), no mueren, respiran una vez cada tantos meses, se aletargan en su resina.
Son largos y profundos: mancharse las papilas con el aceite de una nuez o sumergirse a 600 cuadros por segundo en el lento lago de la miel, es practicar un bocado viejísimo.

Los pétalos de una rosa mosqueta.
El sabor de los pétalos de una rosa, equivale a un vino pequeño, a la gota de una gota de un vino íntimo, ínfimo y virginal.
Es lo más parecido a piel y carne rosa que posee esa planta, y el paladar siempre reacciona ante él como un músculo que se estira lisérgicamente al desperezarse.
El flujo de estos pétalos -que no es jugo, que es más como una sangre placentera-, sirve para brindar por un color pálido, tímido, que casi no es.

El té negro.
Es un agua embrujada, un agua con un veneno de melancolía.
Es el sabor de la lluvia en otoño, un cuerpo de tierra húmeda con un traje vegetal.
Si las hojas han sido desmembradas, descuartizadas y dejadas, el resentimiento que desarrollan se nota en cómo su jugo aprieta la boca.

 

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