La estrategia es la verdadera cosa

La estrategia es la verdadera cosa, por ernesto alegre

Sé que esto que voy a decir no es algo nuevo: no sólo es algo sobre lo que muchos se han expresado antes, sino que es algo sobre lo que de una u otra forma ya había escrito aquí mismo (Escenas absulaes en la vida de un comunicador y Nulo aprecio por las ideas).
Esta reiteración está motivada por la incredulidad que me despierta el desdén efectivo hacia el pensamiento estratégico: me resulta difícil de creer que exista tanta gente desconfiada o hasta contraria al hecho de pensar antes de ponerse a hacer.

La paradoja idea-cosa
El gran problema de confundir a la estrategia (siempre que se haga peyorativa y despectivamente) con la filosofía o con la teoría, es el peligro -y en esto reside la paradoja- de caer en la abstracción.
Quienes creen que pensar primero es hacer filosofía, entienden habitualmente que la filosofía es una actividad de ancianos calvos con togas, que caminando entre columnas blancas elucubran ignorando el “mundo de las cosas”.
Aquí enraiza el miedo de dejarse llevar por lo que dice alguien que no tiene los pies sobre la tierra, que teoriza con independencia de la realidad real y cotidiana.
Pero esa realidad es la que termina señalando la necesidad ineludible de pensar primero y realizar luego aquello que se pensó. De no hacerlo, perdemos el objetivo de nuestras acciones (los objetivos son “cosas intelectuales”, no físicas) y terminamos perdidos en la abstracción que representa hacer algo sin propósito.

El valor real de la estrategia
El pensamiento estratégico nos posibilita acceder a las cosas y no perdernos en caminos con forma de bucle, porque:
– define y clarifica mis objetivos
me indica no sólo el qué sino también el para qué, de manera que si en medio del camino el qué cambiara, el para qué me sigue sirviendo de brújula
– integra y consolida elementos dispersos en un diseño funcional
le da sentido y utilidad a la incorporación de personas, tácticas y actividades que de lo contrario, respondiendo cada una a propósitos parciales, me complicarían la resolución de objetivos
– genera categorías inclusivas que no se desvían del camino hacia las cosas
pone nombre y transforma en algo tangible aquello que se hace para conseguir los objetivos; de esta manera se elude el peligro de caer en la abstracción, entendida ésta como algo no significante, inútil o estéril.

Dos tips de regalo
Para finalizar este artículo plagado de obviedades, ¿qué mejor que dos obviedades más?
La primera: pensar y hacer no son banderas de polos opuestos, sino dos estadios de la misma secuencia de realización.
Pensar es hacer; hacer el plano, trazar la ruta que luego articularé en pasos hacia el objetivo.
Pensar y “estar sentado sin hacer nada”, son cosas completamente diferentes.
La segunda: estratega y gurú son animales de distinta especie; no sólo no se parecen en nada, sino que sus ancestros, sus dietas y sus ecosistemas son totalmente dispares.
Jamás hay que confundir a un tipo que diseña una carretera (consciente de las técnicas de construcción, de las necesidades urbanísticas, de los flujos vehiculares, de las problemáticas sociales, etc.), con el idiota que invoca al espíritu de la movilidad y vaticina que el “where factor” ya no es relevante, por lo que “en el futuro no tendremos la necesidad de desplazarnos”…

 

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