squam

Yo estaba acostumbrado al spam, como todos, creo.

Desde la venta de píldoras que prometen solucionar los problemas de disfunción eréctil (me niego a poner su nombre comercial en el post, porque seguro que Google me penalizará de alguna forma por eso) hasta las ofertas de rellenado de cartuchos de tinta, pasando por propuestas inusitadamente ventajosas de bancos africanos y cadenas para evitar lapidaciones y ejecuciones remotas -ante lo cual más de una vez me pregunté si los gobiernos capaces de matar a alguien a piedrazos, son sensibles a las cadenas de emails, ya que no a la vida humana-.

Pero a pesar de llenar nuestro inbox, de burlar a la corta o a la larga cualquier filtro, y de agotarnos con ingentes cantidades de mediocridad, hay algo que tiene de bueno el spam: no cabe duda de que es “malo”. Quiero decir que uno no tiene que ponerse a pensar si lo borra o no; la única reflexión en relación al spam es cómo evitarlo.

Pero como sabemos a la perfección -si es que tenemos ya más de 6 años de edad- que a la vida muchas veces le encanta presentarse bajo complejas formas, existe también un flujo de entrada de mensajes “buenos”; me refiero a MUCHOS mensajes “buenos”.

Todo reconoce y es afectado por la idea de “medida”; un beso es algo bueno, diez besos es algo muy bueno, pero diez millones de besos (consecutivos) pueden resultar algo asfixiantes. El beso es bueno, hasta que, fuera de escala en su cantidad, pasa a dejar de serlo.

Esto mismo ocurre con la llegada de cosas “interesantes”.

Una información que nos resulte interesante, es, ¿cómo decirlo? “interesante”. Diez cosas interesantes representan un grupito muy interesante, pero no ya diez millones, sólo cincuenta cosas interesantes al día son, por expresarlo de alguna manera, desesperante.

Y la desesperación nace de saber que no se puede con todo eso, que necesariamente nos perderemos de ver cosas, de contactar ideas, de conocer ópticas, de emocionarnos, de inspirarnos, de aprender…

Sucedió siempre, pero ahora el tren de todas las cosas que se nos escapan, es más visible, más comprobable… y se nos escapa por mucho menos que hace un tiempo atrás.

Si todo el cúmulo de cosas inútiles y no solicitadas que tocan a diario nuestra puerta es identificado como spam, propongo un término para todo aquello útil y deseado que, debido a su volumen, quedará sin leerse, verse, escucharse, conocerse: “squam”.

El squam es el spam de piezas de calidad, es el enorme volumen de información que escogimos en algún momento, que pedimos recibir y que tras una exagerada demanda de nuestra parte, termina ahogándonos.

Si estás metido sólo en un par de grupos en LinkedIn -de tu estricto interés-, si estás suscripto a otro par de feeds -también cuidadosamente seleccionados de acuerdo a lo que es relevante para vos- y recibís alguna que otra newsletter a la que hayas optado efectivamente por recibir, no menos de treinta cosas dignas recibirás al día, de las cuales como mínimo diez merecen una atención mayor que sólo leer un título y las primeras tres líneas.

Si a esto -y estoy siendo tremendamente conservador, se los aseguro- le sumamos la demanda social mediática (mensajines a granel en Facebook y Twitter como mínimo), la sensación de que estamos perdiendo un bagón lleno de maravillas se hace más patente aún.

Y si además le añadimos el hecho de que nos atraen más de uno o dos mundos (es decir, si somos gente tridimensional y no hombrecitos de Flatland), la cosa se complica -multiplica- considerablemente.

Es un hecho incontrastable: hoy no se puede ser renacentista contando con días de sólo 24 horas (ni con vidas de más o menos 80 años)…

Dependiendo de cómo seas y de cuán amplio se presente tu espectro de intereses, estarás más o menos expuesto al squam; si sólo te importa la influencia que ejerce el clima en la manera de atarse los cordones de los zapatos en la gente gangosa, es posible que recibas un email cada veinticuatro años, ahora si estás interesado en social media, diseño de interacción y música británica, -perdón por la expresión- estás más que jodido.

Podemos resumir lo antes dicho con (y se preguntarán por qué no lo hice antes): lo que molesta en el spam es encontrarlo; lo que molesta en el squam es lo que perdemos…

 

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