Nombres propios para sabores
Si respirando ya comiéramos, si el aire mismo ya nos nutriera, tendríamos posiblemente más palabras asociadas a los gustos.
Poseeríamos más nombres propios para los sabores, más que el puñado de genéricos actual (ácido, amargo, dulce, agrio, salado…)
Si queremos ser precisos, pronto tenemos que acudir a cosas como “un sabor parecido al de la canela, pero con un toque más fresco”, que equivaldría a decir “tiene un color similar al del liquen en otoño”, en lugar de “verde seco”.
Tenemos miles y miles de nombres para objetos visuales, auditivos y táctiles, y esto es así porque podemos ver, escuchar y tocar sin hambre y sin hartazgo imperativos.
El olfato está a mitad de camino: no sentimos apetito por catar perfumes, pero sí que podemos saturarnos de ellos.
Es la saturación la que debe definir más fuertemente la escasez de nombres, puesto que tenemos más especificidad para objetos de la visión, de la audición y del tacto que para sabores y olores: el hartazgo nos separa del mundo, nos mengua el interés por él.
Con hambre no tenemos tiempo de generar código, y saciados ya no nos interesa…
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