mi nombre
Estando yo reflexionando sobre mi nombre (dirán ustedes que qué ociosa esta persona, que qué inclinada a la tontería, aunque lo harán sin un ápice de razón), vengo a caer en la trampa que para mí representa.
Tal vez la expresión más correcta sea “vengo a caer en la cuenta de la trampa que para mí representa”, pero es que en realidad he caído en una verdadera trampa solo con ponerme a reflexionar en mi nombre.
No quiero hacer de esto un preámbulo insoportable pero si soy completamente estricto, debo señalar que ésta ha sido la segunda vez que mi nombre, en tanto trampa, me ha atrapado. La primera vez fue cuando -de pequeño seguramente, aunque no lo recuerdo- me dijeron: tu nombre es Ernesto Alegre, y me lo creí (ya tendría luego tiempo de desafiar y pretender descreer de esa nominación).
Los ingleses dicen “an Englishman’s home is his castle”, lo que literalmente significa que el hogar de una persona es su castillo, y que en realidad viene a querer decir que uno en su casa debería poder hacer privadamente lo que se le ocurriera.
Creo que tomando la misma estructura deberíamos decir “el nombre de una persona es su castillo”, no solo porque vive en éste, porque es su dominio, porque se defiende y lucha desde su nombre, sino también porque debería poder hacer en su interior lo que quisiese.
Retomando, en mi caso mi castillo es una trampa, o tal vez una gran trampa hecha de trampas a modo de estancias, pasillos, escaleras. Y lo tramposo de mi nombre es que muchas veces no hago lo que quiero dentro de él, sino él lo que quiere o me deja dentro de mí.
Hablaré de la versión abreviada de cómo me llaman, es decir de mi primer nombre y de mi primer apellido: Ernesto Alegre es un oxímoron, que viene a ser la combinación de dos palabras con sentido opuesto, que al cortocircuitar entre ellas inauguran un significado nuevo.
El original de Ernesto es el germánico Ernust, actual alemán Ernst.Ernst significa grave en alemán (no grave como lo opuesto al agudo, sino como variedad de serio, formal, circunspecto), lo mismo que Earnest (forma inglesa previa a Ernest) para los angloparlantes.
La palabra que mira incrédula y se ríe de mi nombre en su cara es mi apellido Alegre, que proviene del latín vulgar alīcer, alēcris, y que significa vivo, animado.
Estas dos palabras (y por más que sea obvio no deja de conmoverme que nuestros nombres, breves definiciones de lo que somos, sean “solo” palabras y que les permitamos a las palabras que “nos digan” a nosotros), como sucede en todo oxímoron, se tocan y se encienden dando a luz una tercera cosa; en este caso a un ludócrata serio. Dos términos que dan inicio a un jugador enjaulado en su nombre: yo.
Y la trampa de la que hablaba más arriba (¿o sería más atrás?), es tal porque mientras siga siendo Ernesto Alegre, no podré dejar de jugar seriamente, de -cómo pensaría Huizinga-, perder la cabeza gravemente, y de personificar lo no-serio lo más seriamente posible.
Por toda esta maraña, contratiempo y complicación es que aprecio tanto cuando me llaman: “eh, tú, guapísimo”…
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