Para difícil, el tiempo
El tiempo es probablemente una de las cosas más elusivas con las que tengamos que lidiar: es básicamente incomprensible porque es prácticamente inexperimentable.
Cuando pensamos al tiempo “desde fuera” (por ejemplo pensando unidades como 1 año, o una década o 1 minuto en el pasado o en el futuro), concluimos en un objeto absolutamente diferente al que obtenemos al pensarlo “desde dentro”, es decir, mientras lo estamos viviendo.
Es cierto que no podemos pensar en 1 año mientras lo vivimos, ni siquiera una semana o un día entero, ya que lo único experimentable es el instante presente (diría más precisamente el momento presente), pero aún así ese instante sigue siendo algo cuya comprensión de su naturaleza sigue escapándosenos, sigue eludiéndonos.
Los físicos dan tratamiento y pueden explicar detalladamente el tiempo, pero ellos tampoco lo comprenden ni experimentan fuera de sus pizarras: les sucede lo mismo que a alguien que lee y entiende la fórmula escrita de un perfume sin jamás olerlo. Lo que entienden sobre el tiempo no es el tiempo mismo sino las anotaciones en esa pizarra, lo que “eso” debería ser.
Existe una diferencia tan profunda entre el tiempo y el espacio, que este último sí puede ser pensado. Y podemos porque es 100% experimentable.
Tenemos metros y kilómetros y pulgadas para el espacio como tenemos segundos, quincenas y milenios para el tiempo, pero en el caso del espacio, aún sin mensurarlo podemos recorrerlo, y subirlo, ampliarlo y comprarlo, aunque nunca lo midamos: entiendo a mi habitación aún haciendo el esfuerzo de imaginarla sin paredes.
Al tiempo en cambio, no tengo forma de vincularlo conmigo, de tenerlo, de moverme en él, de imaginarlo o concebirlo como algo que de verdad pueda pensar.
El tiempo pertenece a una categoría en la que solo está él: una categoría abstracta y a la vez sensible.
Lo abstracto se piensa antes que sentirse, pero el tiempo, aún abstracto se siente pero no puede pensarse.
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