La ciudad-plaza
El rol del Estado en una ciudad, a ese nivel, al nivel de la administración municipal, se perfila en algunos casos de tal manera que hace de ella un objeto lúdico.
En ciertas ciudades el ayuntamiento o municipalidad lo hará interpretando la identidad local, y en otras oportunidades lo hará como un plan para elevar su perfil, pero sea su acción una forma de dar infraestructura a una actitud ya existente en sus ciudadanos o una propuesta original y fundacional, es ese Estado quien lleva esta actitud lúdica a otro plano y la “oficializa”.
Cuando esto sucede, nos encontramos con una ciudad llena de excusas para el encuentro y el descubrimiento del otro, una ciudad con un rol de nexo creativo, un espacio que incentiva el desarrollo del producto identitario, su circulación y su compartición.
Ciudades como Bordeaux o como Nantes en Francia, son ejemplos de esta nueva identidad de lugar, con sorpresas lúdicas distribuidas, sean éstas objetos, rincones o situaciones, concebidos para un diálogo, como iniciadores de conversación.
Estas ciudades parecen no imaginar ciudadanos tradicionalmente funcionales que simplemente viven y pasan, sino habitantes curiosos que se meten con ellas: la Rue Maréchal Joffre en Nantes o el Miroir d’eau en Bordeaux (hay también otro espejo de agua en Nantes), son propuestas urbanas por las que prácticamente no se puede pasar sin más: demandan interpelarlas, hablarles, buscarlas y quedarse en ellas para ver “qué más” sucede.
Son ciudades que piden ser espiadas, revisadas mientras se las recorre, porque existe en ellas la promesa del descubrimiento de algo que no se expone para cualquiera, sino que se reserva para algunos.
En la calle Maréchal Joffre de Nantes encontraremos autómatas distribuidos en cientos de metros, pero no a la altura de la vista, de forma obvia: tendremos que elevar nuestra mirada y descubrirlos en lo alto de fachadas que de ninguna manera nos invitan a hacerlo, ya que son casas comunes y corrientes.
El Mirror d’eau de Bordeaux a simple vista es una especie de fuente por la que se puede caminar en verano, pero sólo cuando nos quedamos mirándola o recorriéndola un buen rato, percibimos que nos ofrece agua de muchas e inesperadas maneras: como un pequeño estanque, en forma de pequeños borbotones, como chorros más altos y hasta vaporizada.
Las esculturas móviles en un caso y el agua en el otro, nos limpian el anonimato, nos hacen cosquillas, nos invitan a salir de la burbuja de ser nadie en la calle.
Lo que define a la ciudad-plaza es su actitud de dejarse jugar, de portar una identidad lúdica.
Atraen a visitantes y atraen a productores de juego, y en el encuentro entre ambos lo que cambia es la propia identidad del ciudadano: en una situación lúdica somos menos anónimos y más nosotros mismos.
Este tipo de ciudad genera y es generada por ciudadanos de identidad más sofisticada, evolucionada; personas abiertas y preparadas al otro, mucho más conectivas que el clásico hombre anónimo de la calle.
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