Si quiere aprenderlo, juéguelo
Mucho se ha dicho sobre la diferencia de aprendizaje que resulta de las diferentes formas en que nos llega un contenido (si sólo lo leemos, si nos lo cuentan, si lo vemos, etc).
Es bastante conocido el esquema incremental que dice que sólo aprendemos el 10% de un contenido que leemos, el 20% de aquel que oímos, el 30% del que vemos -interpretando con esto la presencia de lenguaje gráfico de cualquier tipo-, el 50% de lo que vemos y oímos al mismo tiempo, el 70% de lo que discutimos con otros -donde argumentamos, debatimos, preguntamos, reaccionamos-, el 80% de aquello que llevamos a la práctica -escribiendo, interpretando, organizando, identificando- y el 95% de lo que enseñamos a otros -involucrando explicaciones, resúmenes, estructuraciones, ilustraciones-.
Muchas veces este planteamiento se le atribuye a William Glasser, psicólogo y psiquiatra norteamericano, aunque aparentemente es algo ajeno a él, y de hecho se ha señalado que ni siquiera tiene una base sólida de investigación detrás, que acredite estas cifras.
Independientemente de la veracidad sobretodo en términos de exactitud de ese 10, 20, 50 ó 95%, lo que personalmente creo verosímil es que el aprendizaje aumenta cuando aumenta el compromiso sobre aquello que se quiere aprender.
Y experimentar un conocimiento o intentar transmitirlo o otros, sin dudas demanda un nivel de compromiso mucho mayor que sólo leerlo, escucharlo o verlo.
Ahora bien, todos los datos incluidos en esta infografía, hasta el 95%, fueron tomados de ese esquema incremental que circula por ahí; sólo reestructuré la gráfica para que no sea tan contra-intuitiva como la que expresa el mismo concepto pero bajo la forma de una pirámide.
Lo que sí me permití añadir es el valor del 120% de lo que jugamos.
De más está decir que este valor es simbólico: no importa si es 120, 116 ó 132%, lo que importa es que expresa que al jugar con un conocimiento, lo adquirimos íntegramente y sumamos algo nuestro. De ahí que el valor supere el 100%.
Pensemos en cualquier juego; por plantearlo de forma sencilla, pensemos en un juego establecido.
Cuando nos enseñan a jugar al fútbol, por ejemplo, sea que leamos, escuchemos o veamos el reglamento, habrá cosas que retendremos y otras que no.
No importan aquí los porcentajes relativos de cada forma en que nos llegó dicho contenido, sólo digamos que cuando lo ponemos en práctica, el aprendizaje se profundiza. Posiblemente si tenemos que transmitirlo a otro, debamos rever lo que aprendimos y esto nos hará afianzar o incrementar lo que ya sabíamos.
Pero es jugando este juego donde desarrollamos nuestra creatividad, por ejemplo, creando nuestro propio estilo de jugar al fútbol (y no quieran saber cuál es el mío, porque creerán que me he criado sin piernas y en un entorno de gravedad cero).
Este estilo, estas formas propias, estas aportaciones que incentiva el juego, no nos habían llegado dentro del paquete a aprender, sino que las añadimos nosotros: por eso al jugar algo -y no consideremos ahora sólo los juegos formales-, aprendemos más que lo que nos enseñan.
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