el colapso de la espuma

Cuando frente a una cierta cantidad de espuma, rompemos algunas de sus burbujas (si son muy grandes a veces basta con destruir sólo una), es común comprobar el colapso del grupo.

A la rotura de una burbuja le sigue habitualmente la destrucción de muchas más, y la estructura total se cae, reduciendo notablemente su presencia.

Personalmente no deja de impresionarme cómo se da este proceso, en especial cuando comienza a hervir la leche; el momento en que se dispara la multiplicación del volumen de la espuma es tan repentino y veloz, como lo es su colapso, sea porque alejamos la fuente de calor como porque con algún elemento la tocamos hiriéndola de gravedad.

Despojándonos de los valores muchas veces negativos que se asocian a la espuma y a la burbuja (esencialmente de falta de solidez “ese tipo es pura espuma” o la extrema fragilidad “la burbuja inmobiliaria“), tengo la sensación de que la cultura misma tiene estructura de espuma.

Me refiero a que es imposible tener una proyección del “daño” que la introducción de cualquier nuevo elemento, puede provocar en un sistema espumoso como lo es una cultura.

¿Cómo se hubiera podido dimensionar -en su momento-, lo que significó la idea de RAND de pasar de un modelo de centro-periferia a uno en red pensado, inicialmente, para las comunicaciones?

¿Quién podía prever lo que el protocolo que posibilitó el peer-to-peer iba a hacerle a la industria discográfica?

¿Quién puede decir lo que le hará a la democracia una sociedad de individuos con identidad?

Actualmente estoy abocado a la ingeniería relacional de una nueva plataforma social, y cada gesto que diseño -no hablo del diseño gráfico de su ícono, sino de la acción que expresa y permite dicho gesto-, cada nueva dinámica distributiva de contenido o cada proceso identitario que inserto, por más que intente proyectar sus consecuencias -que lo intento y de manera intensiva-, me enfrenta a una infinita incertidumbre: ¿qué burbuja estaré destruyendo?, ¿hasta dónde colapsará qué sector de la espuma?

 

Cada cosa que hacemos -considerando por supuesto que pensar, imaginar es también tallar una cosa- es el posible inicio, continuación o término de una infinita reverberación de otras cosas. Y probablemente por fortuna, no tenemos ni idea de sus futuras implicancias…

 

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