Tragedia temática
Un amigo de hace al menos treinta y pico de años, Alexander Percy Blake, me dijo hace tiempo que “la realidad tiene forma de flujo”, lo que equivale a señalar que una cosa desemboca en otra que a su vez lleva a otra, creando legiones de generaciones de ideas, objetos, situaciones, eventos, lugares y familias sin solución de continuidad.
La realidad, bien podría decir él, imita la forma de un delta que, infinito y fractal, jamás termina en un mar.
De esta forma cada paso inspira e invita a infinitos nuevos pasos, y se llega a cada nueva situación gracias a la situación precedente.
En la actualidad pensamos muy a menudo en “los contenidos”, y esta situación de imaginar de manera dominante a la comunicación mediándola, formateándola o vehiculizándola con contenidos (entendiendo por contenido a piezas -de la forma que sea- narrativas), nos deja en un plano subsidiario que es el de pensar lo semántico como meras temáticas.
Más claro: cuando todo se vuelve contenido, “aquello de lo que trata” se torna temática.
Para seguir reconociendo esa fluencia de la realidad de la que hablaba mi amigo, podemos decir que este marco narrativo en la comunicación probablemente tenga un ancestro lejanísimo en las fogatas neolíticas, pero un padre más reciente en los canales sociales de distribución, y una abuela en la menguante capacidad de atención.
Por hijos -y aquí por fin lo que quería tratar en este breve artículo- tiene el travestismo de la realidad en temas de opinión, y por nieto un paso más en la evolución simbólica, un paso más lejos de la realidad-cosa.
Se me ocurre explicar de esta forma (parcialmente, está claro, habrá multitud de elementos más), nuestro actual rol de tertulianos, de opinólogos de cualquier aspecto y rincón de la realidad.
Ocurre actualmente con la ciencia, en cualquiera de sus múltiples ramas. Al haberse transformado en una temática, en un tema de conversación y de opinión más, todos intervenimos, no para “saberla” cosa que sería maravilloso, sino para tratarla desde el mismo marco de opinión desde el que tratamos al plantel de la selección de fútbol.
El problema con esto es que la ciencia no se piensa ni se trata igual que nuestros gustos por la moda o la gastronomía: a la ciencia se la piensa críticamente mediante el pensamiento científico.
A ninguna persona de ciencia le cabe pensar que “le gusta más que la luz sea una onda y no una partícula” o que “opino que es mejor dar una segunda dosis a las 4 semanas, porque sino se vuelve medio aburrido el tema”, porque pensar así a la ciencia es no pensar científicamente.
Lo que quiero decir es que la opinión deportiva de la ciencia es lisa y llanamente anticiencia. A ésta no se la opina: se la estudia críticamente, se la duda críticamente y se la sabe críticamente hasta que se supera ese conocimiento con uno más sólido, refutando el anterior.
Esto no sucede por supuesto solo con la ciencia: transformar disciplinas que tienen su propio marco y gramática de pensamiento en meras temáticas, equivale a creer que automáticamente comenzamos a hablar en alemán cambiando las palabras castellanas por sus equivalentes germánicos: solo estaríamos hablando en castellano con palabras alemanas, pero nunca en alemán.
En síntesis, tanto como en comunicación no todo es contenidos, en términos más semánticos no todo es una temática.
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