Contenido y pasividad

 

Realmente no soy dado a las teorías conspirativas en general, puesto que casi todas ellas son posibles gracias a una exagerada simplificación del mundo, y en oportunidades, a una incapacidad o negligencia a la hora de tomar responsabilidades.

Para que “ellos nos dominen”, “se nos oculte la verdad” y “tengan el control” de tal o cual situación macro, es preciso plantear que el sistema se compone de pocas piezas, que las mismas son muy netas y claras, y que hay presentes básicamente dos bandos con intereses encontrados, los cuales suelen identificarse como “el bueno” y “el malo”.

Apunto esto porque la reflexión que pretendo exponer a continuación acerca del contenido y su volumen actual, puede parecer perfectamente una nueva teoría conspirativa, y nada más lejos de mi intención (de hecho, el título de este artículo es “Contenido y pasividad” en lugar de “Contenido y control”, por ejemplo).

Apenas observamos no ya la cantidad global de contenido generado, sino sólo la porción de contenido que es de nuestro interés y dentro de esto aquello que verdaderamente querríamos experimentar, descubrimos la imposibilidad práctica de incorporarlo: es demasiado.

Les cuento mi última semana de contenido experimentado sólo parcialmente:

     – una porción de lo que ofrece la suscripción del BBC iPlayer

     – una porción de la suscripción del Guardian y The Observer

     – casi toda la revista Time en papel

     – una porción de los contenidos del canal del MIT vía smartTV

     – una minúscula selección de los contenidos diarios vertidos por settings propios en plataformas como Scoop.it y Paper.li sobre storytelling digital

     – una pequeña porción de la revista Monocle en papel

     – unas pocas páginas del Atlas de las Utopías de Le Monde Diplomatique

     – unas pocas páginas de la última Wired

     – unas cuántas lecturas de estudios comportamentales y tendencias de uso en medios digitales en pdf

     – unas visitas diarias a periódicos online argentinos y españoles

     – unas cuántas lecturas dentro de una nueva plataforma llamada “Learnist”

     – un par de aperturas de apps como “étapes:”, “flossd”, “berlin phil”, “open culture”, “reuters wider image”, “instructables” y “madefire”.

     – unas pocas decenas de episodios de series y películas vía Wuaki.tv (un servicio online de alquiler)

Muchas de estas lecturas fueron “en diagonal”, muchas otras plataformas y medios ni los toqué (esta semana estuve prácticamente desaparecido de Facebook, Twitter, Instagram y LinkedIn -entre algunas otras plataformas de UGC-, con lo que me abstuve casi del contenido generado socialmente), todo lo leído y experimentado me llegó luego de haberlo filtrado, y la sensación que me quedó al final es que me había perdido cualquier cantidad de cosas que me hubiera gustado incorporar.

El objeto de este post no es señalar la necesidad de filtros mejores, más semánticos, más inteligentes, que no sólo tamicen sino que editen e integren semánticamente los contenidos (la selección es sólo la primera y más obvia de las estrategias ante la superabundancia), sino la actitud de base que nos sugiere o “incita” el consumo de contenido: la pasividad.

Mientras estuve leyendo, toqueteando, escuchando y viendo, estuve con un grado importante de pasividad; más activo que “haciendo nada”, por supuesto, pero mucho menos dinámico que “produciendo algo”. Y llegué hasta donde llegué, porque tuve que trabajar, cumplir con entregas, reuniones, etc: cuando se produce no se consume.

Y es allí donde se me ocurrió pensar un efecto colateral de la inundación de contenido interesante: personas consumiendo tranquilamente cosas que les comen el día.

Como mucho -y ya es mucho pedir- uno consume para producir (al menos intento que este sea mi caso), pero hay que ser consciente que la mayoría del consumo de contenidos se agota en el propio consumo: el contenido no es material con el que trabajar luego, no se transforma en algún tipo de herramienta, sino que como la comida de ayer, produce una satisfacción que pronto caduca y nos vemos buscando una nueva.

La energía de los alimentos nos mantiene vivos, la de los contenidos 100% de consumo, nos mantiene pasivos, entretenidos.

Y es aquí donde todo esto puede resultar conspirativo, aunque insisto, no es esa mi intención.

Pero pienso que la superabundancia de contenidos nos insume tanto tiempo, tanta atención, nos enreda y demora tantas horas y de forma tan extendida -no es algo que le suceda a poca gente ni de un perfil determinado-, que es muy válido reflexionar sobre esto.

Primero tenemos la tarea de la definición (¿qué es lo que me interesa?), luego la del descubrimiento (¿dónde está aquello que me interesa?) después la del acceso (¿cómo llego a esos contenidos?), más tarde la del filtro (¿qué experimento y qué dejo fuera?) y por último el tiempo de consumo en sí.

En definitiva, la elevación de status del contenido hasta llegar a ser una necesidad -cosa que lo integra a nuestra vida diaria-, la imposibilidad de acceso universal al mismo -cosa que lo transforma en un factor de diferencia de clases y genera brecha- y el requerimiento de tiempo para su consumo -cosa que plantea un nuevo plano de dificultad-, hacen del contenido en superabundancia un factor de regulación social.

2 Comments

  • David Gómez-Rosado

    Efectivamente Ernesto, este es un debate (¿lucha?) que tengo conmigo mismo casi a diario … ¿Cuanto tiempo dedico a crear contenido, y cuanto a consumir el contenido que han creado otros? Uno podría decir que el segundo inspira al primero, pero en ciertas cantidades también lo puede paralizar. Es un tema bastante peliagudo, que muchos pensaban derrotado con la caída de la caja boba (TV)… pero ahora tenemos los teléfonos smart que nos pueden hacer bobos si les otorgamos mucho poder.

    Aquí añado un buen ejemplo (por el contenido, y por que nuevamente te quita varios minutos de capacidad en hacer otra cosa):

    http://youtu.be/RwfcXovNmQw

  • ernesto alegre

    Tenés mucha razón, David, y este video lo expresa muy bien (y los casi 2 minutos que dura están muy bien invertidos 😉
    De toda esta historia me preocupan un poco las consecuencias a mediano y largo plazos; ¿qué tipos de grupos sociales se generarán a partir de la brecha entre quienes pueden acceder a ciertos contenidos y quienes no?, ¿cómo serán de adultos los niños que crecen con más necesidad de filtrar que de descubrir (me refiero a que de niño yo tenía que salir a buscar cosas para alimentar mi curiosidad, pero ahora el curioso lo tiene “todo ahí”, sólo que tiene TANTO que necesita crear filtros)?
    En relación con esto último me pregunto: vivir sumergido en un océano de agua potable, ¿satisface fácilmente la sed o la mata directamente?

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