lo que dicen las cacerolas

Antes de ayer hubo una serie de manifestaciones populares en varias ciudades de Argentina.

Como sucede siempre cada vez que la ciudadanía total o parcialmente se expresa, comienzan a aparecer las interpretaciones del mensaje colectivo.

Se escuchan cosas como “el mensaje de las urnas dice” o “lo que el pueblo quiere es”, dependiendo de la oportunidad de que se trate, y es siempre importante dar con una buena lectura: comprender ese mensaje es útil para todos, ya que de hacerlo sabremos “cómo está la cosa”, y más particularmente para aquellos con aspiraciones representativas, ya que de hacerlo podrá canalizarlo o al menos construir su estrategia en relación con la realidad.

 

El 8N.

Tengo la sensación de que en este caso del jueves pasado -al igual que en algunos otros recientes, tanto en Argentina como en el resto del mundo-, nadie está apuntando a lo más estructural de la voz de las cacerolas (debería decir mejor “la voz de cada una de las cacerolas”); se sigue pensando que la manifestación fue masiva, quiero decir “de masas”.

Y esto es en mi opinión un error, porque lo que había ayer en la calles, era multitud de personas, muchas personas, no importa ahora si 700 mil o 2 millones, pero no una masa de gente.

Quienes se oponen al actual gobierno -desde dentro o fuera de la política-, pretenden interpretar el suceso como una expresión espontánea y masiva del descontento e insatisfacción hacia la administración en curso, en particular a su carácter de tiranía o dictadura, de régimen que cercena la libertad de expresión, a que miente consuetudinariamente y es responsable de cosas como la inseguridad y las horribles políticas de transporte y energía.

Quienes están en el gobierno pretenden quitar relevancia -y cada vez más tímidamente también legitimidad- a lo sucedido, apuntando a que los mensajes fueron diversos y no orgánicamente estructurados, a que todos quienes participaron no están encolumnados en expresiones políticas con nombre y referentes, y evitan hablar de masividad, sólo por no reconocer el impacto de los números.

Quienes fueron, hasta llegan a creer que están en contra de un gobierno concreto y no de una forma de estructurar la sociedad, y quienes no fueron, lo hicieron también en la creencia de que quienes salieron a la calle forman parte de “algo conocido” y con lo que no comulgan.

 

Los 8 errores.

Los errores, desde mi punto de vista, son muchos:

1- Las expresiones de ayer no fueron espontáneas, sino organizadas. Según como lo veo, organización y espontaneidad son conceptos antónimos.

Esto no lo señalo para quitarle validez; lo que personalmente me importa es lo que alguien dice, y si eso está bien estructurado, mejor.

La presentación de algo organizado como algo espontáneo, me permite desconfiar de quien lo presenta, de la misma forma que me pregunto ante algo anónimo: ¿por qué motivo alguien querría decir algo y pretender no haberlo dicho?

2- Este gobierno no es una tiranía; no conozco tiranías ni dictaduras en donde 2 millones de personas salgan a expresar su descontento y vuelvan todas a sus casas sin una sola detención o cosquilla por parte de la policía.

3- Este gobierno no es un régimen que cercene la libertad de prensa. Hace unas semanas se publicó una tapa de revista (la revista Noticias de editorial Perfil) en donde una ilustración de estilo realista de la presidenta, aparecía con una expresión de orgasmo. La revista no fue retirada ni prohibida; la editorial no fue cerrada ni llevada a juicio.

Por otra parte, de forma permanente se critica al gobierno desde multitud de medios de comunicación, de las maneras más variadas, con o sin datos, contextualizando o parcializando la información, explicando de dónde salen opiniones, cifras y análisis, o todo lo contrario.

Una cosa es señalar que sería genial que la presidenta diera conferencias de prensa -que no las da, cuando podría perfectamente ya que es solvente para hacerlo-, y otra es decir que no se puede expresar lo que se quiere.

4- Quitar relevancia a algo tan multitudinario, es lisa y llanamente, como mínimo, una imbecilidad.

5- Esmerilar la legitimidad de una protesta esgrimiendo que va por fuera de una estructura partidaria, es querer seguir mezquinamente con una situación -ahora- favorable: es evidente que el actual gobierno sabe cómo desactivar y hasta destruir a la oposición, por eso les exige a quienes se manifestaron que tengan una cabeza a la que poder pegar; ese es el juego que conoce.

Esto es un error porque un movimiento político debería preocuparse por interpretar y expresar a la ciudadanía y no por modelizar sus manifestaciones. Recuerdo una entrevista a Raúl Alfonsín, años después de terminado su mandato, diciendo: “el pueblo no me entendió”, a lo que el periodista le respondió: “señor Alfonsín, ¿no debería ser al revés?”

6- No responder a los reclamos insistentes, como si estos fueran a desaparecer sin más en lugar de crecer y profundizarse, además de darle tiempo a otros a que construyan graciosamente en torno de ellos. Me refiero a por qué el INDEC sigue publicando inexactitudes, por qué no se reconoce y enmienda el fracaso en las políticas de transporte y energía, por qué se niega el nivel de inflación.

7- Creer que se están poniéndole los puntos sobre las íes a un gobierno concreto, cuando en realidad se está cuestionando a un gobierno de masas; no sólo a este, sino a todos los que vengan luego de este.

8- Creer que lo que está pasando en las calles es algo conocido, es un movimiento en torno de una serie de consignas más o menos coyunturales con las que puedo no estar de acuerdo, y por eso elegir no sumarme.

 

Todos lo miran pero nadie lo ve.

Creo que ninguno de los actores de lo sucedido el jueves último, está viendo lo que hay debajo de la superficie de estas formas de manifestación: muchísimas identidades individuales que aún no encuentran de qué forma dar el próximo paso, y que no será votando por alguien para meses después volver a salir.

El gobierno y la oposición no entienden -no pueden entender, debido a su propio universo nocional- que la democracia, tal como la entendemos hoy, es una forma de organización propia de la sociedad de masas, y que si ésta madura hacia una sociedad de individuos, la democracia comienza a quedar chica.

Quienes salieron a la calle, no perciben que una vez que cada uno de ellos posee una identidad personal con proyección social (cosa que no se da cuando una persona integra una masa, donde pierde su identidad personal en favor de una identidad colectiva), no están ya en contra de un gobierno particular, sino de una forma de entender el gobierno. El que tienen ahora puede que no los represente, como no los representará ninguno que sea estructuralmente similar.

Quienes no salieron a la calle, no perciben que eso de “no me identifico con ellos” es falaz, por el simple principio de que “ellos” no existen, no son un grupo aglutinado, no son “uno”.

 

Y sí, los medios sociales.

Hay un elemento que se toma en Argentina siempre de forma superficial y banal: los medios sociales (ni siquiera de habla de “medios”, sino de “redes” y se enfoca sólo el aspecto conversacional de algunas de ellas).

Se habla de que la convocatoria (lo que ayuda a crear la idea de la espontaneidad que no es tal) al 8N fue a través de las redes sociales.

Aunque esto fuera cierto -que no lo es estrictamente, ya que el conjunto de los medios masivos, no sociales, hablaron sin parar de esa convocatoria comenzando muchos días antes- sólo se habla de esa convocatoria. Es decir que los social media sólo tuvieron que ver con lo que sucedió el jueves, en el momento en el que se convocaba a participar.

Muchas veces me pregunté, y me sigo preguntando, qué impactos podemos esperar en la cultura cuando algo tan importante como la comunicación, cambia y de manera esencial.

En mi opinión el 8N, como el 13S anterior, como el 15M y el 25S madrileños, y el OWS (occupy wall street) en Nueva York son expresiones de sociedades de individuos, que podrán convocarse gracias a los medios sociales -que son los medios de los individuos- pero que no sólo los utilizan para eso, sino principalmente para desarrollar nuevas formas de identidad y de organización, aunque esto no resulte evidente.

Todos estos movimientos, me hablan de la entrada de la cultura post-digital en la política, la cultura que no se conforma con compartir objetos digitales, símbolos, sino que quiere meterse en la esfera de las cosas; que ahora comiencen a pasar cosas.

Quienes se manifestaron el otro día -aunque pienso que no lo ven aún de esta forma- no quieren cambiar un político por otro, quieren que pasen cosas que han comenzado en cada uno de ellos. No buscan ser interpretados sino ser, y que eso de ser uno y único entre otros muchos unos y únicos, devenga en una nueva forma de organización.

Es el siguiente paso natural en todo desarrollo madurativo: primero se es, luego se hace.

 

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