Cada vez que algo no funciona como esperamos, sea porque se estropea, porque se nos presenta una mejor opción, porque se produjo un desfase entre el problema y la solución que representaba, etc, lo habitual es que intentemos corregirlo o reemplazarlo por una nueva versión de eso mismo. Por ejemplo, si algo le pasara a mi exprimidor de cítricos, dependiendo de qué cosa le pasara, intentaría repararlo o suplantarlo por uno que cumpliera correctamente su función. Lo que nunca se me ocurriría es pensar que “todos los exprimidores son igual de nefastos”, ni que “voy a cambiar el exprimidor por una corbata”. Pero por extraño que parezca, esto es exactamente lo que se repite una y otra vez en torno de la política: ante políticos inservibles, es común desacreditar funcionalmente a toda la política o reemplazar al político por un tecnócrata, un actor, un empresario o un misionero… y cada vez que esto sucede, el experimento sale mal.
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