Es difícil comer frente a quien tiene hambre y no tiene qué llevarse a la boca.
Y es difícil vivir frente a quien murió, cuando la muerte aún deja el remolino de su brisa luego de pasar: da vergüenza seguir allí.
Lo único que pasaba era que su mente era un monstruo compositor, sin más propósito ni agenda que el ritmo y el efecto morfológico de aquello que componía.
Al final no sé si es más idiota o más inteligente de lo que cabría esperar, porque en uno u otro caso lo es de forma exagerada.
Si fuéramos una lengua en lugar de tener una, los sabores serían aquello con lo que compondríamos el modelo de la realidad. Pensaríamos: si tiene sabor tiene presencia, existe. Si es insaboro es un mito, es una cosa de la que no se puede confirmar su existencia. Nuestro periódico tendría forma de nariz: usaríamos el olfato como máquina de contexto para completar nuestra comprensión del mundo. Si fuera una lengua, pensaría lo siguiente de los siguientes sabores…
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