el texto siamés

Un Palimpsesto simultáneo.

Cuando leemos un texto impreso, son muchos los textos simultáneos que nos llegan; los varios niveles de lectura del texto, digamos, literario, los varios niveles del contexto, los varios niveles tipográficos.

Básicamente podemos agrupar a todos estos “textos” en dos grupos, en dos canales de acceso: el canal del significado y el canal de la forma.

Ocupándonos del canal morfológico, el canal de l tipógrafo, debemos aclarar que no se opone a la esfera del significado, que también él significa, pero que su base, su existencia es fundamentalmente formal.

Este discurso morfológico es leído simultáneamente a los demás, y representa el ámbito de la tipografía.

Quien se encargue de la existencia física de un texto esrito, tendrá un conjunto de elementos con los que jugar: la elección de la/s familia/s tipográfica/s, sus variedades, cuerpos, variables tácticas como el interletrado, el interpalabrado, el interlineado, el armado y puesta en página, etc.

Todos estos elementos terminan operando en el campo -si cabe la expresión- de la connotación extralingüística; es decir, que se suman al cúmulo de significación de los otros textos para formar finalmente el texto semántico, que es el texto completo en cuanto a significado. Por más débil o sutil que sea su gravedad, ésta existe.

Para darnos cuenta de cómo puede modificar al significado de lo que leemos aquello mismo que le da forma física a lo que leemos, pensemos en una grabación muy sensible de una melodía interpretada con flauta.

Aunque sea sutil y casi imperceptible, el aire soplado por el flautista tiñe, da atributos a la nota, digamos, sol que pueda estar tocando en un momento dado.

Y es que, en idea, esa nota sol, nada tiene que ver con el sonido del viento, pero en esa oportunidad particular, nota teórica y existencia física son indivisibles.

Si el mismo tono, el mismo sol, es interpretado por un piano, la nota será la misma, pero diferente al mismo tiempo. A este atributo del sonido, los músicos lo llaman timbre.

Esta situación, se da paralelamente entre texto literario y texto tipográfico: no es lo mismo leer algo en Baskerville que en gótica de fractura, y no me refiero a la dificultad de lectura que pueda presentar esta última, sino a la diferencia de connotación entre ambas.

Ahora bien, ¿Por qué es diferente un texto en Baskerville de un texto en gótica? Simplemente, porque su forma es distinta, se “ven distintos”.

Y, ¿Por qué las morfologías de ambas familias tipográficas son diferentes?

Porque abrevan de fuentes morfológicas distintas.

El objeto de este texto no es el de analizar la forma, el diseño de ninguna fuente tipográfica en particular, sino poner el acento en el hecho de que la morfología misma de cada famila -toda familia tipográfica no es más que morfología- es un texto en sí mismo, y un texto que se agrega como connotador a los otros textos.

Por eso, elegimos una u otra fuente para cada caso en particular, además, claro está, de las consideraciones puramente técnicas, como por ejemplo, la legibiliidad.

Por eso, es tan vital la correcta elección de la familia -sin desmedro de las variables tácticas-: porque estamos con esto sobre-escribiendo un texto al del autor del texto literario; estamos, también diciendo.

 

De dónde salen las formas.

A la hora de esbozar una idea que explique el origen de las formas tipográficas -en términos de “aquello que las inspira”-, es de mucha utilidad tender puentes hacia otros campos que posean desarrollo morfológico, por ejemplo, la arquitectura.

La morfología arquitectónica -subyacentemente antropomórfica en mi opinión- comparte fuentes con y lo es asu vez para la morfología tipográfica.

“Hemos habitado” desde mucho antes de “haber escrito”, por eso la morfología arquitectónica ha podido generar patrones que sirvieron con posterioridad a la tipográfica.

En especial los patrones “constructivos”, aquellos que nos permiten percibir a un carácter como a un “objeto erigido”, que puede mantenerse, que se halla bien construído.

Existe en el texto impreso una permanente, una estructural sugerencia de estabilidad, de relación de peso, de gravedad, de nociones “UR” como “suelo”, “abajo”, “base”, “equilibrio”, “ejes”.

Todas estas nociones, resultan en patrones morfológicos que pudieron llegar a la tipografía ya a través de la arquitectura, ya directamente de la percepción atropomórfica.

El antromorfismo, puede resultar no muy obvio en la tipografía, y esto se debe a milenios de sucesivas estilizaciones, sucesivos alejamientos del objeto originario.

Otras fuentes morfológicas de las que se alimenta el diseño tipográfico, es el biomorfismo en general, el dinamorfismo y el ideomorfismo.

Al hablar del biomorfismo en general, señalamos que no sólo la morfología humana inspira configuraciones y patrones a la tipografía, sino también las diversas “soluciones constructivas” naturales propuestas a la hora de resolver la viabilidad de los organismos.

Propongo aquí dos términos para dos conceptos cuyos universos proveen de repertorio morfológico a la tipografía: el “dinamorfismo” y el “ideomorfismo”.

El dinamorfismo es el conjunto de morfologías inspiradas por o generadas a partir de la idea de movimiento.

De esta manera, bajo la figura del “traslado de formas estáticas con permanencia de los estadios intermedios”, operaciones como la rotación, la traslación y la transformación, generan un gran set morfológico.

Lo que quiero hacer advertir aquí es que si al movimiento se lo comienza a considerar como forma, de manera que un punto en movimiento circular establece una circunferencia, los diferentes tipos de movimiento aplicados a las formas estáticas, generarán nuevas formas.

La tipografía, pues, toma de este conjunto de “formas dinámicas” para el diseño de caracteres, familias, variables tácticas y configuraciones más inclusivas como las páginas.

El ideomorfismo, puede ser definido como el grupo de morfologías inspiradas o generadas por conceptos, sean estos abstractos o no.

De esta manera, su naturaleza es metafórica en el sentido más amplio de la palabra, ilustrativa; asocia formas concretas y visibles a entidades no visuales.

Nociones como la de nobleza o rebeldía, tienen correlatos visuales gracias al ideomorfismo.

Este repertorio morfológico, también es un importante proveedor de formas tipográficas.

 

La importancia del texto morfológico.

Finalmente, una vez que recorrimos de forma muy somera las diferentes generatrices morfológicas principales de la tipografía, es más sencillo intuír las distintas connotaciones que desde el nivel de la forma puede el texto tipográfico contagiar al texto literario.

Si la elección de familia tipográfica en la que materializar un texto dado, se vuelca, por ejemplo, hacia una de línea ideográfica, debemos ser concientes de qué valores transporta, porque son esos valores los que sutilmente se sumarán a la totalidad del significado.

El signo del texto final se verá modificado -aunque en una ínfima proporción, según el caso- si modificamos el cuerpo que lo personifica.

Cambiando, modificando dicho cuerpo, podremos desde la tipografía potenciar un texto literario ratificando su significado, menguarlo o hasta subvertirlo si lo contradecimos.

 

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